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CAPÍTULO L.

seis años de trascurso para que su resplandor nos hiera; y así, si posible fuera disparar un cañon desde aquel astro, hasta pasados seis mil años no se podria oir la detonacion, supuesta igual atmósfera en todo el tránsito.

—Esto aturde, papá... ¡es para perder la cabeza!

—Mas aun te asombraria si aplicase mi cálculo á todas las estrellas fijas, que están aun millares de veces más lejanas de nosotros que Sirio. Allí, hijo mio, allí, en aquel libro inmenso, donde cada página abraza el más sublime conjunto de las maravillas, allí debe aprenderse á conocer al Autor de todas las cosas; allí, ante el majestuoso concierto de tan grandes armonías, debe el hombre humillarse y reconocer su pequeñez, y más si atiende y considera que todas las estrellas que tachonan la bóveda azul del firmamento son quizá otros tantos mundos habitados, desde los cuales aparece nuestro globo como un grano de arena en el espacio.

Entretenidos con esta plática, y cuando apénas llevaríamos un cuarto de hora de camino, notámos que la tormenta se adelantaba mucho más de lo que presumiéramos. A la tercera parte de la travesía el horizonte se cubrió de negras y espesas nubes que se desataron á torrentes. El huracan, los truenos, los relámpagos y las olas embravecidas confundieron la naturaleza entera en el más horrible desórden. Federico y su caïak estaban demasiado léjos para reunirse con nuestra piragua, en la que me pesó de veras la condescendencia de no haber hecho entrar al niño, segun mi primera intencion. Pero en esto no habia que pensar, la lluvia era tan espesa que nada se divisaba. Por precaucion mandé á Santiago y Ernesto que se ciñesen los salvavidas y se atasen con correas al mástil de la piragua para evitar que les arrebatasen las olas. Yo tambien tuve que recurrir á iguales medios, y con el corazon traspasado de inquietud dirigí al cielo la profunda mirada de súplica que Dios comprende siempre, y encomendándome á él, y conociendo mi impotencia para gobernar la piragua, la abandoné y nos abandonámos todos en manos del Señor, completamente resignados con su voluntad divina.

Conforme la tempestad aumentaba en violencia, crecia mi ansiedad. Las olas se elevaban como montañas, llevándonos hasta su cumbre y precipitándonos despues cual si nos sumieran en los más profundos abismos. Centellas y siniestros resplandores cruzaban la oscuridad, alumbrando por momentos los montes de agua que por do quier nos rodeaban inundando la chalupa y amenazando á cada instante hacerla trizas.

Quiso Dios por fin que la duracion de la tormenta fuese en razon inversa de su violencia. El oleaje calmó como por encanto, y el viento aplacó su furia; pero los negros y espesos nubarrones que aun teníamos sobre nuestras cabezas continuaban alarmándonos. Sin embargo, en medio de tanta angustia tuve la satisfaccion de ver lo bien que se sostuvo la piragua durante la borrasca. El furor y las embestidas de las olas la habian dejado intacta; llevada cual leve pluma,