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EL ROBINSON SUIZO.

polea doble de la nave, que en caso de necesidad permitian al tripulante convertir el caïak en el ligero tílburi. Esta doble ventaja dió márgen á la familia menuda para hacer de las suyas y dar á los preparativos de la ceremonia una pompa inusitada. Federico se instaló en su barco con toda la arrogancia de un Neptuno que parte sobre el líquido elemento para algun viaje lejano. Hasta la forma del caïak se prestaba á la ilusion, pues poco se diferenciaba de las grandes conchas que la fábula convertia en carros de los dioses marinos. La gravedad del héroe que sujetaba con la diestra un remo á guisa de tridente, los esfuerzos de sus hermanos, que empujando el caïak y tocando los caracoles ó trompas representaban el papel de tritones y acompañantes de Neptuno; todo esto formaba un conjunto tan original como animado y pintoresco, que nos hizo desternillar de risa. Mi esposa únicamente, rencorosa siempre contra el traidor Océano, sin participar de la alegría general, disimulaba como podia las gruesas lágrimas que de sus ojos brotaban al considerar los para ella inminentes riesgos á que iba su hijo mayor á exponerse navegando solo en tan frágil esquife. Para tranquilizarla desamarré la piragua sujeta á la orilla, asegurándola que, dispuesta como ya estaba, volaríamos al instante en auxilio del navegante groelandes si fuese necesario, llegando á tiempo de evitar cualquier peligro real. Lo que es por mí, estaba sin inquietud, por constarme las buenas condiciones del bote, como lo buen nadador que era Federico, y porque podia contar con su vigor y serenidad en cualquier apretura.

Tomadas todas las precauciones, grité á Federico: ¡Al mar, al mar! Repitieron los niños mis voces, y el caïak se deslizó sobre las ondas con rapidez inconcebible. La superficie de la bahía se encontraba tersa como el cristal y tranquila como un lago, y luego meciéndose en su barco entonó mi hijo con voz firme y sonora el alegre canto del pescador groelandes. En seguida, como marino hábil, comenzó á ejecutar una serie de evoluciones á cuál más diestras y atrevidas; ora avanzaba en línea recta como un rayo hasta perderse de vista, ora virando de pronto, retrocedia hasta nosotros con la misma rapidez; ya desaparecia unas veces con espanto de su madre, envuelto en una nube de espuma, ya se le veia con la cabeza erguida levantando un remo como para demostrarnos que habia sabido triunfar del peligro.

Cada vez más entusiasmado con nuestros aplausos el jóven navegante, no contento con volar, si así puede decirse, por las olas, viró hácia la desembocadura del Arroyo del chacal, intentando remontar su corriente; pero esta tuvo más fuerza que él, y arrebatándole en alta mar cual disparada flecha, en un abrir y cerrar de ojos le perdímos completamente de vista.

Tan súbito y violento retroceso me alarmó sobremanera. Saltar en la piragua y volar al socorro del pobre groelandes todo fue obra de un instante. Santiago y Ernesto me acompañaron; Franz quedó en la playa con mi esposa, poseida en aquel momento del más profundo terror que el amor maternal es capaz de ins-