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CAPÍTULO XLIX.

en discusiones, y al avío. Hecha la siega á la italiana, resta trillar la mies y aecharla por el mismo estilo de aquella nacion. Con que largo de aquí, añadí á los niños; volvamos á la gruta, y allá proseguirémos la faena.

Abandonámos en seguida el campo reciend segado y los pacíficos portadores de la mies tomaron el camino de nuestra casa. En cuanto llegámos, Ernesto y su madre recibieron el encargo de extender por igual toda la mies en la extremidad del círculo de la era, miéntras mis tres correos aprestaban sus corceles y se disponian á montarlos á la primera señal. Semejantes preparativos para una trilla les eran enteramente desconocidos, y así preludiaban con bromas y risotadas la gran novedad que reputaban como una fiesta.

—¡Qué diferencia, decia Santiago, entre la ocupacion que ahora va á tener mi búfalo y la que yo te doy por la desierta vega!

—¡Trillar el grano á caballo! decia otro. ¡Eso sí que va á ser cómodo!

—¡No, que será á galope! exclamó el tercero.

Yo les oia con la sangre fria conveniente al que va á ensayar una idea nueva, y oponia á sus chanzonetas el aire de conviccion profunda que tenia en la infalibilidad de mi procedimiento. Cuando ví que la era estaba dispuesta á mi gusto y con bastante mies: ¡A montar, á montar! dije á mis hijos, indicándoles que su ocupacion estaba reducida á galopar, trotar y hacer toda clase de evoluciones hollando las espigas.

Puede cualquiera figurarse la algazara que se moveria con semejante órden; el toro, el onagro y el avestruz rivalizaron en ligereza, convirtiendo la era en picadero, miéntras mi esposa, Ernesto y yo, armados con horquillas, cuidábamos por la parte interior de meter en línea y bajo las pezuñas de los animales las espigas que desparramaban en lo violento de la carrera.

Todo iba á las mil maravillas, cuando dos incidentes imprevistos avivaron la verbosidad irónica de mi esposa, que aun no las tenia todas consigo con el método italiano. El toro olvidó su cortesía hasta el punto de hacer sus necesidades naturales sobre las espigas, y no contento con eso, de concierto con el onagro, atrapaban de vez en cuando alguna que otra espiga.

Federico, el primero que vió la indecencia del toro, me dijo:

—Papá ¿entra tambien esto en el método italiano?

—¿Y la racion más que mediana que se acaban de zampar esos señores, continuó la madre con aire satírico, será tambien economía italiana?

Fue preciso responder de contado á las maliciosas interpretaciones de madre é hijo.

—En cuanto al inoportuno desahogo del toro, respondí á Federico, es un percance inevitable, que á lo más debe causar risa, y el clima bajo cuya influencia estamos neutralizará sus consecuencias. Respecto al acto de gula que mi señora esposa acaba de echar en cara á esos pobres animales, creo poder justificarles, y por mi parte les perdono en virtud de aquel versículo de la Sagrada Escritura: