Página:El Robinson suizo (1864).pdf/367

Esta página ha sido corregida
328
EL ROBINSON SUIZO.

—Por tí mismo vas á juzgar.

Tomé en la mano izquierda cuantas espigas pude abarcar, apreté el puño, y con un cuchillo las corté á unas seis pulgadas de la raíz; eché en seguida en el ceston este primer puñado, y volviéndome á Federico, le dije riendo:

—Hé aquí el primer acto de la recoleccion italiana.

Este nuevo método agradó sobremanera á los nuevos segadores, y en ménos que canta un gallo el campo presentó una superficie desigual erizada de tallos cercenados, entre los que de vez en cuando se divisaba alguna que otra espiga olvidada, y el enorme ceston quedó atestado hasta las asas.

—¡Vaya una economía! exclamó mi esposa atribulada al ver aquel campo devastado. Confieso con toda mi alma que esa moda italiana no merece mi aprobacion. ¡Dios eterno! la sangre se le caeria á los zancajos al labrador suizo que viese el resultado de este estrago que llamais siega por mal nombre, y las infinitas espigas perdidas entre la paja.

—Poco á poco, no hablar tan de ligero, señora ama, repliqué sonriéndome; condenas con demasiada ligereza este método, y sería locura pensar que la haraganería del italiano llegase al extremo de desperdiciar esos preciosos restos, pues prefieren bebérselos á comérselos.

—Hé aquí un enigma que necesita explicacion.

—No extraño que no lo comprendas; á veces es preciso recurrir á enigmas para obligar al entendimiento á que pare más la atencion en cosas que expuestas en otra forma quizá se olvidarian con el tiempo; y para explicar el logogrifo, te repetiré que el italiano se bebe la parte de su cosecha que no come, con la simple diferencia de que no lo hace bajo la misma forma. La Italia es un país tan poco adecuado á la cria de ganado mayor como fértil en todas clase de productos agrícolas. La yerba, las dehesas son allí muy raras, y el italiano suple esta escasez convirtiendo en forraje los restos de su cosecha. Por espacio de algunas semanas deja en pié el rastrojo para que la frescura natural que dan á la tierra sus espesos tallos haga crecer la yerba, y cuando esta llega á la altura del rastrojo formando juntos una especie de sembrado igual y compacto, el segador entónces empuña la hoz, y entre paja y yerba recoge para el ganado un precioso pasto, debido no tanto á su inteligencia como á la próvida naturaleza. Las espigas anteriormente olvidadas y que van envueltas en el mismo forraje, las encuentra y saborea la vaca al rumiar su pienso, y compensa generosamente con su exceso de leche la presunta prodigalidad de su dueño. Con que ya ves cómo el italiano bebe la parte de la cosecha que no come.

—Comprendo, replicó mi esposa; pero empleando de esa manera toda la paja como pienso para los animales, ¿qué les queda para echarse?

—Nada, ni lo necesitan; el clima de Italia es tan benigno que permite á las bestias echarse en el desnudo suelo sin el inconveniente que ofrece nuestro país por la humedad mal sana de la atmósfera. Pero no hay que perder tiempo