Página:El Robinson suizo (1864).pdf/364

Esta página ha sido corregida
325
CAPÍTULO XLIX.

lo largo del vientre y algunos esfuerzos, la piel acabó de desprenderse.

—¡Bravo! ¡bravo! exclamaron los niños; papá es un verdadero brujo.

—Y bien, pregunté á Santiago, ¿comprende V. ahora, señor burlon, la eficacia de mi procedimiento?

—¡Y tanto! contestó aquel, como que lo estoy viendo. Pero no atino el por qué de esta maravilla.

—Pues te lo diré en dos palabras. Debes saber que la piel de los animales está adherida á la carne por fibras en extremo ténues y delicadas, dotadas de bastante elasticidad; pero si esta se apura demasiado aquellas se rompen y con ellas el lazo que une la carne y la piel. Tal ha sido el efecto de la jeringa sobre el kanguró; introduciendo entre cuero y carne cierto volúmen de aire, con la hinchazon de aquel y la tension de las fibras la piel se ha desprendido fácilmente.

—¡Vea V. qué cosa tan sencilla despues de explicada! replicó el aturdido.

—¿Quién le ha enseñado á V. eso, papá?

—Nadie; basta discurrir y razonar un poco. Lo que acabo de hacer lo ejecutan mejor que yo los groelandeses. En cuanto cogen una lija ú otro pez por el estilo, valiéndose de este medio hinchan la piel, con lo cual consiguen que el animal, ya más ligero que el agua por el aire que le han introducido, pueda ser remolcado por el caïak. Tambien hay quien dice que algunos tratantes de carne se valen de esta treta para dar más apariencia á las reses y sacar mayor ganancia.

Reiteré la operacion con los otros animales cazados y fuí adquiriendo más destreza con la práctica. Con esto y con destazar la carne, salarla y demas operaciones, se invirtió todo el dia.

A más de las numerosas tareas domésticas que en este tiempo se ejecutaron para acrecentar las comodidades de nuestra modesta y pacífica existencia, faltaba una de grande entidad, cuya realizacion se habia dilatado por los grandes preparativos que exigia; mas como la estacion la iba ya reclamando, fue preciso no demorarla más: reducíase la nueva obra á un mortero para majar el grano y reducirlo á harina.

En seguida se derribaron los árboles marcados en mi último paseo por el bosque; se dividieron los troncos en trozos de cuatro piés de largo unos, y otros más pequeños que sirviesen de mazas ó pisones, y eligiendo del esqueleto de la ballena entre las grandes vértebras de su enorme espinazo seis que me parecieron á propósito para morteros, se fijaron sobre los maderos para que no hiciesen movimiento. Los mazos que habian de machacar el grano, suspensos perpendicularmente sobre la boca de los morteros, al extremo de una báscula horizontal, subian y bajaban por medio de un contrapeso puesto al otro extremo, consistente en un pilon de madera vacío ó lleno de agua, con que ascendiendo y descendiendo las mazas, verificábase la molienda con la natural presion del peso.

Para que en este mecanismo no se necesitara fuerza de sangre, ahorrando trabajo á los niños, tuve que discurrir la segunda parte de la máquina, ó sea el