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EL ROBINSON SUIZO.

—Ante todo, loor al avestruz, al hipógrifo [1] más ligero que el viento. Corre tan rápido que las más veces tengo que cerrar los ojos sin poder apénas respirar. Lo primero que ahora necesito para cabalgar seguro es una careta con anteojos de vidrio. V. me la hará, ¿no es cierto, papá? Es preciso.

—Lo siento, señor mio, pero no te la haré.

—¿Por qué?

—Por dos razones: la primera, por el modo con que lo pides, olvidando que el es preciso nunca debes decirlo á tu padre; y la segunda, porque en vez de recurrir á la industria ajena debias valerte de la tuya. Cuando el hombre no ejecuta por sí lo que está al alcance de sus facultades, peca de indolente y perezoso. Con que así, si quieres careta, háztela.

—Dice V. bien, papá, respondió Santiago; perdone V. mi mal término, que ya procuraré enmendarme.

—Corriente, dijo Federico; cada cual mire por sí, así lo hemos hecho esta mañana; á nadie hemos necesitado para prepararnos la comida en el desierto. Pero, papá, ¿qué le parece á V. esta abundancia de pieles que traemos?

—Que las agradezco como se merece, le respondí; pero hubiera preferido que los cazadores contaran con su padre para ganarlas, en vez de marcharse á la francesa dejándome en cuidado.

—Ya lo pensámos luego, repuso Federico, cuando estábamos á una legua; esté V. seguro que no volverá á suceder.

La franqueza de esta confesion me calmó, y mudé plática invitándoles á descargar el ganado.

Miéntras los niños llevaban las bestias al establo donde les esperaba fresco heno, la buena madre pensaba en ellos dando la última vuelta al asador, y en breve nos sentámos todos á la mesa.

—Por cierto, dijo Franz al aspirar el delicioso olor del asado, el manjar que aquí se adereza en nada se parece á la comida propia de salvajes que hemos tomado esta mañana, y así ya me voy convenciendo de que no he nacido para la vida nómada, en la que la frugalidad es á la vez la virtud del comensal y la única salsa de sus platos.

—Me alegro, hijo mio, respondió la madre riendo, que ahora tengas ocasion de desquitarte.

Y de aquí tomóla para hacernos reparar con el mayor énfasis en los tesoros gastronómicos que estaban sobre la mesa. Al lado del cochinillo asado se veia un gran cuenco lleno de la más fresca y variada ensalada que producia la huerta; y armonizando con aquel ostentábase una tartera colmada de la celebrada jelatina que tan buena acogida tuvo en el último viaje á Falkenhorst. Flanqueando estos escogidos platos servian de postres varias frutas simétricamente colo-

  1. El hipógrifo es un animal fabuloso con alas, mitad caballo y mitad grifo (Nota del Trad.)