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CAPÍTULO IV.

—Papá, interrumpió el último, yo creo que es de los que se llaman penquinos [1] ó pájaros bobos.

Y citó las señales por las que á su parecer lo conocia. Confirmé su aserto, y observando la impaciencia con que todos deseaban cenar, sentámonos en el suelo; tocónos á cada cual una buena racion de sopa que no habia más que pedir; siguióse el pescado, y luego abrímos los cocos, que nos sirvieron de postres. De pronto se levanta Federico exclamando:

—¡Papá! y el víno de Champaña ¿lo ha olvidado V.?

Fué al punto por la botella; pero ¡oh desgracia! el supuesto víno se habia acedado. Con todo, aprovechámoslo para sazonar el pescado, y como el ave asada tenia tanta grasa, con el nuevo vinagre la encontrámos sabrosísima.

Miéntras cenábamos cerró la noche; entrámos luego en la tienda, donde se habia duplicado el musgo; los animales ocuparon cada cual su puesto, las gallinas arriba, los acuátiles en las junqueras, y el mono se agazapó entre Federico y Santiago, que le abrigaron. Yo me recogí el último como siempre, tardando poco en abandonarnos al sueño.

Apénas lo conciliámos cuando me dispertó el cacareo de las gallinas que se alborotaban y los ladridos de los perros. Levantéme inmediatamente, imitáronme mi esposa y Federico, y tomando las escopetas salímos de la tienda. La luna iluminaba una horrorosa refriega: los dos valientes perros, rodeados de hasta doce chacales por lo ménos, despues de malparar á cuatro ó cinco, contenian á los demás á respetable distancia.

—¡Cuidado! dije á Federico, apunta bien y disparemos á un tiempo para escarmentar á estos merodeadores.

Simultáneos fueron los disparos, y á la segunda descarga, que acabó de dispersar á los enemigos, arrojáronse los perros sobre los muertos para despedazarlos.

Sin embargo, Federico logró arrancarles uno, y con mi beneplácito lo arrastró hasta la tienda á fin de que á la mañana lo viesen sus hermanos. Asemejábase bastante á la zorra, y era tan alto como Turco. Dejando á los perros que saboreasen la sangre de las víctimas, derecho de que les invistiera su brava hazaña, tornámos al musgoso lecho junto á los otros niños, que afortunadamente nada oyeron, y dormímos hasta la alborada, en que dispertados mi esposa y yo por el canto del gallo comenzámos á pensar en qué emplearíamos el dia.

  1. El penquino ó alca pertenece á la rara familia de palmípedos sin alas, que sólo presentan los rudimentos de estos órganos, y por su conformacion especial parecen tan extraños á la tierra como á las regiones del aire, pues apénas pueden andar, ni volar. Los hay en el Sur, y en el Norte se conocen varias especies. El mencionado pájaro es el que se nomina gran penquino ó penquino brachyptere (Alca impennis).