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EL ROBINSON SUIZO.

instinto las riquezas que tantas fatigas nos costaban y en que cifrábamos nuestras esperanzas.

Entre tanto los perros, que nada entendian de mis meditaciones filosóficas, se echaron á buscar á los devastadores, y á poco me acarrearon una manada de ellos, á cuyo frente reconocí á la vieja marrana, cuyos gruñidos denotaban su descontento. Tan irritado estaba del estrago que tenia á la vista, que sin poderme contener, de un tiro maté dos lechones, que pagaron por toda la familia. Los demas huyeron.

Llamé á los perros que les perseguian, y satisfecho en parte mi enojo, les recompensé con las cabezas de las víctimas. La decapitacion me pareció el medio más expedito para desangrarlos, y el tronco lo coloqué en el trineo. En seguida señalé los árboles que me proponia cortar para el objeto que deseaba, y dí la vuelta á Felsenheim poco lisonjeado de mi caza, debida á un acceso de cólera que, si bien disimulable, desdecia de mi habitual calma.