Página:El Robinson suizo (1864).pdf/357

Esta página ha sido corregida
318
EL ROBINSON SUIZO.

estómago y apagada la sed, y ya sea por el apetito, ó bien por su mérito real, la tal gelatina, jalea ó lo que fuese, declaróse unánimemente manjar delicadísimo con el que nada podia compararse. Todo eran conjeturas para adivinar lo que podria ser, y mi esposa al oirnos se sonreia sin decir palabra.

—Es la dulce ambrosía de los dioses, exclamaba el sabio Ernesto.

—Es... es... decia Santiago como evocando un recuerdo.

—Es, señores, interrumpió la buena madre riéndose, para que no os rompais la cabeza, el extracto de aquella planta marina que me visteis recoger con afan en la isla del Tiburon, y que guardé con tanto esmero á pesar de vuestras chanzonetas. Ya veis que la cocinera no se descuidaba en aprender nuevas recetas.

—¿Será verdad? exclamé asombrado. Y ¿cómo has podido reconocer esa planta, cuando apénas recuerdo si he leido algo sobre ella?

—Así sois los hombres, respondió con toda la autoridad que la daba su descubrimiento. Vosotros creeis que las mujeres son de barro inferior al vuestro, incapaces de más ideas que las que quereis gratuitamente atribuirlas; y cuando por casualidad os enseñan alguna idea justa y beneficiosa, vuestra ciencia se desdeña de examinarla. Nos falta en verdad la instruccion que prestan el estudio y la lectura; pero en cambio nos sobra el buen tino y rapidez de observacion, que de veces sirve más que los libros. Hé aquí un descubrimiento que vale tanto como cualquier otro. Tú, prosiguió dirigiéndoseme, probablemente no hubieras caido en él. ¡Al fin es una pobre mujer la que lo ha hecho!

—Cierto, repliqué, nos damos por vencidos; pero ¿quién te sugirió la idea de extraer de aquella planta marina tan delicioso y nutritivo refresco?

—La primera idea no es mia, lo confieso; acordéme de la señora holandesa que nos acompañaba en el viaje y segun decia habia vivido largo tiempo en el Cabo de Buena Esperanza; la cual señora (que buen siglo haya) contó varias veces que aquellos habitantes recogian á orillas del mar una especie de alga, cuyas señas tambien me dió, que dejaban en infusion por espacio de cinco ó seis dias en agua, y bien cocida despues y mezclada con azúcar y limon, resultaba una gelatina parecida á esta. Yo á falta de azúcar he empleado la miel de caña, reemplazando el limon con hojas de ravensana, cáscara de vainilla y algunas gotas de aguamiel, y creo haber acertado en el cambio; y si no, vosotros podréis juzgarlo.

Agradecímos el singular obsequio de nuestra ama de gobierno colmándola de elogios y diciéndola, como es verdad, que un recuerdo á tiempo vale tanto como un invento.

Otra visita á la isla del Tiburon nos permitió examinar el estado de las plantaciones. Todas se encontraban en floreciente desarrollo. Los conejos tambien se habian multiplicado y les vímos alimentarse de las algas que crecian á orillas del mar, lo cual era una ventaja para la conservacion del plantío. Entre aquellas noté algunas diferentes de las que habia empleado mi esposa para la gelatina, que te-