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EL ROBINSON SUIZO.

sa echaba siempre de ménos para la cocina; con que fue preciso convertirnos de sombreros en alfareros. Confiados en la experiencia y en mi sistema de ensayos que hasta entónces me habian dado los más felices resultados, no me arredró obstáculo alguno.

A la verdad no entendia gran cosa en alfarería, mucho ménos en la elaboracion de la porcelana, que es su parte sublime; y lo que más me embarazaba era ignorar de fijo la preparacion que habia de dar á la tierra destinada á ese objeto ántes de proceder á elaborarla. Sin embargo, como la pérdida en caso de no acertar no era mas que de tierra y tiempo, y ambas cosas nos sobraban, puse manos á la obra, estableciendo el nuevo taller en un rincon de la gruta.

Naturalmente comencé por lo más esencial, por la construccion de un horno con los compartimentos necesarios para las diferentes piezas que proyectaba labrar y que debian sujetarse á la accion del calórico más ó ménos segun su tamaño y el uso á que estaban destinadas, para lo cual tuve que discurrir un sistema de tubos de barro para la trasmision del calor de una manera uniforme y cual lo requerian los objetos de mi fabricacion. Estos preparativos no dejaron de absorber bastante tiempo por la sencilla razon de que siendo insuficientes mis escasas nociones en el arte á que me metia, la imaginacion y el cálculo habian de suplirlo casi todo, y así puedo decir que el flamante horno era de nueva invencion.

Concluido que fue, vino la segunda parte, ó sea la preparacion de la primera materia. Tomé cierta cantidad de tierra propia para la porcelana, que era una arena blanca y fina que como atras queda dicho se encontró cerca de las rocas en nuestra expedicion á la gran vega. Como era corto el acopio que de este artículo teníamos, empecé por un mero ensayo ántes de trabajar en mayor escala. Encargué á mis hijos entresacasen cualquier partícula extraña que contuviese, diligencia indispensable, no sólo para purificarla, sino para que al amasarla no me lastimase las manos con los fragmentos de pedernal con que estuviese mezclada. Añadí luego á la tierra una cantidad de talco, mineral vidrioso que hallámos bajo la capa de amianto en la gruta del Chacal; cuya sustancia á mi entender debia dar más consistencia á la masa, y cuando esta quedó bien trabajada, la dejé secar un poco ántes de emplearla.

No podia darla forma sin el auxilio del torno propio de alfarero, con el que se modela el barro y se labran las piezas. Con una rueda de cureña de cañon colocada horizontalmente sobre un eje, y encima otra rueda ó disco que giraba con aquella, me procuré el torno que necesitaba, y á fuerza de pruebas comencé á tornear con esa máquina imperfecta platos, fuentes y algun barreño ó lebrillo; luego fuí avanzando hasta hacer tazas con sus salvillas, jícaras, etc. Expuestos esos objetos á fuego vivo algunos se quebraron, pero quedaron intactos más de la mitad, hermosos y trasparentes. Mi esposa se volvia loca de contento al ver cómo se iba enriqueciendo la cocina, prometiendo en cambio regalarnos