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CAPÍTULO XLVII.

dencia anterior de sus hermanos, no cesó en sus pretensiones; Franz y los otros no estaban tampoco por abdicar las suyas, y así tuvo que mediar la autoridad paternal para dar fin al debate. Santiago era indisputablemente más listo y ágil que sus dos hermanos mayores, y más robusto que Franz; cuyas consideraciones me inclinaron á favor suyo, adjudicándole la propiedad del avestruz, á condicion que los demas tendrian derecho á montarle, y que se le destinaria más bien al provecho comun de la colonia que á la diversion de su nuevo dueño.

Esta sentencia, á pesar de sus restricciones, colmó de alegría á Santiago; los demas se sometieron, vengándose únicamente de la preferencia con pullas que á cada paso le dirigian.

—Ahí le teneis, decian al verle montado, ¿si pensará volar por los aires? ¡Cuidado que no pierdas la balija ó la cabeza!

El ufano jinete gozando de su triunfo no hacia caso de esos importunos desquites, sacuendiendo las burlas y echándoselas á la espalda como hacen el viajero con los copos de nieve que le cubren la capa, y se pavoneaba arrogante, gobernando con soltura y destreza su montura alada y dándose el pomposo título de correo de gabinete.

Pocos dias ántes del equipo del nuevo corcel, la nidada artificial de los huevos de avestruz que cubiertos de algodon sometiéramos al calor de la estufa, dió tan buen resultado, que de los seis cascarones salieron tres polluelos, lo más gracioso en los primeros dias, con su pelo pintarrajado y sus largas zancas que apénas podian sostener el cuerpo. Díles papilla de maíz, huevos duros, y cazabe hervido con leche. Uno de ellos murió á poco, pero los otros dos sobrevivieron, y nos dedicámos con asiduidad á reemplazar con el mayor esmero la previsora solicitud que para criarlos hubiera empleado su madre.

El avestruz grande por espacio de dos meses fue objeto de nuestra ocupacion principal; pero una vez vencidos los obstáculos de su educacion, y reducido á la condicion de animal doméstico, perdiendo el atractivo de la novedad cesó nuestra admiracion, y la costumbre de verle desvaneció su prestigio. Volvímos pues á nuestras antíguas tareas discurriendo otras que, si bien ménos importantes y engorrosas que la última, contribuian al bienestar y comodidades que en Felsenheim disfrutábamos.

El curtido de las pieles de los osos fue una de las primeras que se emprendieron. Despues que el mar las lavó, despojándolas del mal olor, las fuí descarnando, ablandándolas con vinagre, del que hablaré luego, y con una preparacion de ceniza y cebo, y adelgazándolas con una raedera que hice de la hoja de un cuchillo viejo, conseguí darles la flexibilidad que deseaba. Así nos procurámos dos cobertores magníficos y de un abrigo superior á cuanto se pudiera apetecer.

Nuestras únicas bebidas hasta entónces habian consistido en el agua pura del arroyo, algunas copas de víno de palmera, y el barril de víno del Cabo que se salvó del naufragio; mas como este no podia durar siempre y el recurso del de