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CAPÍTULO XLVII.

lar. Al mismo tiempo, mezclando lo dulce con lo amargo, se le mimaba en lo posible, atendiendo á su bienestar. En el recinto de que podia disponer, tenia su buena cama de cañas, calabazas llenas de bellotas dulces, de arroz, maíz y guayabas, regalos que debian hacer más grato el cautiverio y más tolerable la enseñanza. En resolucion, nada omitíamos para contentarle.

Punto ménos que infructuosas fueron tales atenciones durante los tres primeros dias, pues el cautivo recibió con insultante desden los sabrosos manjares que se le presentaron, rehusándolos con tal obstinacion que inspiraba serios temores. A mi esposa entónces la ocurrió afortunadamente una idea que nos sacó del apuro, la de hacer tragar al animal, quieras que no, unas albóndigas de maíz y manteca. El avestruz puso mal gesto al principio; mas despues que paladeó unas cuantas píldoras mostró acomodarse á nuestra cocina, y desde entónces se le abrió el apetito, sin necesidad de incitativos para engullir cuanto se le presentaba. La guayaba sobretodo era lo que más le gustaba, por lo cual augurámos bien del resultado de la educacion. El animal recobró las fuerzas, sacudiendo poco á poco la especie de nostalgía que le devoraba, así como su esquivez; dejábase manosear y á sus agrestes hábitos sucedió una incesante é inquieta curiosidad, que tenia sus puntas de grotesca. Despues de lamentar su abstinencia comenzámos á temer su voracidad, pues apénas bastaban las provisiones para el nuevo huésped, que digeria hasta los guijarros del arroyo, prefiriendo las bellotas y el maíz, con cuya golosina se fué amansando y sometiendo á nuestra voluntad.

A los diez ó doce dias de esta mudanza creímos que no habia ya inconveniente en permitirle dar algun paseo con la sola sujecion de un ronzal. Entónces comenzó el picadero en toda regla. Habituámosle primero á una ligera carga, que fué luego aumentando progresivamente; á arrodillarse y levantarse á nuestra voz; á volverse á la derecha y á la izquierda, y por último á dejarse montar por Santiago ó Franz, y correr, galopar, andar al paso, y pararse como un caballo. No diré que la pobre bestia se prestase siempre de buen grado á tantos manejos; mas cuando se mostraba indócil y rebelde para domarla sus maestros apelaban al látigo y la pipa, de reconocida eficacia. Una bocanada de humo ponia término á los conatos de independencia del discípulo.

Tal era al cabo de un mes la mansedumbre del avestruz, que se pensó formalmente en los medios de sacar más fruto de nuestra nueva conquista. Asociándole á los demás animales, le sometí como estos á una vida regular, á hacerle andar ó estarse quieto segun convenia á nuestras necesidades, para lo cual le proveímos de los correspondientes arreos. Lo que más me embarazó fue el bocado: ¿á quién se le habia ocurrido hasta entónces enfrenar á un pájaro? Confieso que jamás lo habia visto, y esta idea casi me tenia perplejo. Pero al fin salí avante.

En el curso de las lecciones habia notado que la oscuridad influia de tal mo-