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EL ROBINSON SUIZO.

—¡Divina Providencia, ya has enriquecido á los pobres y míseros náufragos!

Una vez arreglado lo más preciso, mi mente laboriosa meditaba nuevos proyectos, entre ellos uno que ocupando los brazos de toda la colonia no dejase ocioso al sabio. Siempre creí oportuno, ó mejor dicho, necesario, labrar un campo ánte de la estacion de las lluvias, para las semillas que hasta entónces se habian confiado á la tierra sin órden ni concierto. Ante lo árduo de la empresa comprendímos en toda su verdad la sentencia divina á que por culpa de nuestro primer Padre fue condenado el hombre: ganar el pan con el sudor de su rostro. Las bestias de carga se prestaron con la mejor voluntad á servir de yuntas; pero el sol las heria con sus rayos tan de lleno, que nos daba compasion verlas jadear bajo los yugos. Por nuestra parte cuatro horas podíamos dedicar únicamente á la labor, dos de madrugada, y las otras al caer la tarde. Sin embargo, á fuerza de constancia lográmos labrar dos acres [1] de tierra, lo bastante para recoger en su dia abundante cosecha de maíz, yuca y patatas.

¡Cuántas lamentaciones, quejas y suspiros tuve que oir durante tan penosa faena! Pero en medio de todo, el amor propio, ese natural estímulo y poderoso freno de la pereza humana, acudió en auxilio de mis hijos, y aun Ernesto ¡quién lo creyera! llegó á hacer gala de su laboriosidad, dando una saludable leccion á sus hermanos que no cejaron un ápice hasta la terminacion de las labores.

—¡Ah! exclamaba Santiago ¡qué bien nos sabrá este pan! ¡con qué apetito lo comerémos! ¡bien ganado será!

Yo me hacia el sueco á estas y otras jaculatorias, redoblando la energía y el ardor; y mi ejemplo produjo más efecto en mi tierna familia que cuántas filosóficas disertaciones pudieran hacerse sobre la conveniencia y perseverancia en el trabajo.

En los momentos de asueto por entretenimiento nos ocupábamos en la educacion del avestruz, que hubo de sufrir no pocas tribulaciones. La empresa era tan difícil como nueva para nosotros; pero como recordaba haber leido, aunque no sabía cuándo ni dónde, que á fuerza de paciencia se llegaba á dominar la índole bravía de este pájaro, resolví ensayarlo como Dios me diese á entender.

El discípulo empezó por encolerizarse repartiendo á diestro y siniestro coces, picotazos y cabezadas; más esto duró poco, y lo mejor que se nos ocurrió para amansarlo fue tratarle como al águila, es decir, embriagándole con humo de tabaco, cuyo narcótico fue tan activo, que á pocos sahumerios vímos al majestuoso animal perder casi el conocimiento, tambalearse, y caer al fin desplomado. De este modo fué calmando su fiereza, y en recompensa de sus adelantos en la instruccion se iba alargando la cuerda que le retenia á las columnas de la galería, para permitirle echarse, levantarse, y dar alguna vuelta al rededor del pi-

  1. El acre es una medida francesa de superficie de 4840 varas castellanas y 52 piés y 39 milésimos: y como se ve, de mayor dimension de lo que nosotros llamamos fanega. (Nota del Trad.)