Página:El Robinson suizo (1864).pdf/328

Esta página ha sido corregida
293
CAPÍTULO XLVI.

Como es de suponer, íbamos despacio; pero así y todo, nuestro escuadron ofrecia el pintoresco aspecto de una caravana.

Hicímos alto en el desfiladero, donde mis hijos habian puesto las plumas de avestruz y otros colgajos para espantar á las gacelas y antílopes. La cuerda de que pendia el tremebundo aparato sustituyóse con una empalizada de cañas de bambú, valladar seguro contra los animales no trepadores. Durante la obra, andando de aquí para allá, se obtuvo otro descubrimiento, el de la vainilla, especie de bejuco de hojas largas y estrechas, que reconocí al instante en el haba negruzca que produce, así como por su aroma y las flores blancas de seis pétalos que adornaban sus flexibles tallos. Estas habas encierran unos granos negros y brillantes como el ébano que contienen sustancia odorífera, la cual se exhala al madurarse.

Antes de abandonar aquel sitio colocámos en la estacada haces de zarzas, cubriendo el terreno adyacente de menuda arena para en su dia reconocer por las huellas en ella impresas la clase de animales que intentasen ó consiguiesen saltar la valla.

Ya era de noche cuando llegámos á la cabaña de la ermita; intacta estaba, y la cecina de pecari tambien. No queriendo detenernos á pesar de la oscuridad, deseosos de llegar cuanto ántes á casa, cortámos suficientes cañas dulces, y encendiéndolas á modo de hachones, proseguímos el camino á la claridad de la luna, no obstante mi repugnancia por los viajes nocturnos.

Al fin, molidos y quebrantados de cansancio, á media noche llegámos á la granja de Waldek. Se desunció el carro, y atado el avestruz entre dos árboles como la víspera, sin descargar nada, tomámos una ligera refaccion y cada cual se fué á su lecho de algodon para el indispensable descanso.

Al salir el sol nos levantámos, colmándonos de regocijo al acrecentamiento de riquezas que tan sin pensarlo observávamos: entre las cañas y estacas del gallinero hormigueaban veinte y tantos polluelos, producto de los huevos que Santiago trajera en el sombrero y que se habian confiado á nuestras cluecas. Mi esposa quedó tan contenta con el hallazgo que eligió varios pares para llevarlos á casa.

Proseguímos la caminata, y era tal el deseo de vernos cuanto ántes en nuestro querido Felsenheim, donde todo respiraba comodidad, que resolvímos no parar hasta allá. A pesar de nuestra prisa, hasta la tarde no tocámos al deseado término. El cansancio y la fatiga nos agobiaba. Habíamos andado una buena jornada sufriendo el ardor del sol, por un terreno de arena blanca que deslumbraba, en el que se hundian los piés; y así en nada se pensó hasta el anochecer, á no ser en cuidar de los animales y darles el pienso que tanto necesitaban. Miéntras comian, entregámonos al reposo para recuperar las perdidas fuerzas.