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CAPÍTULO XLVI.

yo fuímos á reconocer el nido de los otros avestruces. La cruz de bambués que pusiéramos por señal nos guió al sitio, y ántes de llegar, saltó de la arena una hembra, sin duda la madre, que á la sazon estaba empollando. Su aparicion me pareció de buen agüero, pues deduje que los huevos conservaban todavía el calor vital, que era lo que únicamente deseaba. Acerquéme al nido, y en un talego que á prevencion llevaba á medio llenar de algodon fuí metiendo uno á uno seis huevos, envolviéndolos con esmero para que no se enfriasen y no padeciesen en el camino, dejando los restantes en el nido con la esperanza de que la clueca no repararia en el hurto.

Coloqué el talego que encerraba el frágil y precioso tesoro delante de mí sobre el onagro; Federico montó en su rucio, y Santiago y Franz iban de vanguardia con el avestruz, insinuándole de cuando en cuando con el látigo los nuevos hábitos y costumbres á que habia de sujetarse en adelante. Atravesámos el Valle verde sin la menor novedad, y llegámos á la Caverna del oso, donde Ernesto y su madre nos recibieron con la admiracion y asombro que cualquiera puede figurarse.

—¡Qué es esto, caballero! exclamó mi esposa al encararse con el avestruz. ¿Qué intentais hacer con este pajarraco? No parece sino que la casa está tan llena que es preciso desahogar la despensa alimentando cuantos animales cria el desierto. Dicen que el avestruz digiere hasta el hierro, ¡ahí es nada! ¡Qué hará pues con lo demás! Todo el grano será poco para él..... Pero en suma, ¿para qué servirá ese animalote?

—Para correr la posta, mamá, respondió Santiago, y ¡qué caballo de posta! En pocos dias, con él, se podrá recorrer medio mundo; y así pienso llamarle Brausewind (huracan), nombre que merecerá pronto. Cuando lo haya domado, será mi único y predilecto corcel zancudo, y entónces cederé el búfalo á Ernesto, que aun carece de montura.

—Por lo que á tí respecta, dije á mi buena esposa para sosegarla, no te inquiete ni desvele el alimento del nuevo huésped; la tierra proveerá, y cuando aprecies en lo que valen sus servicios, darás por bien empleada su racion. Si llega á domesticarse, ganará de sobras lo que coma.

Miéntras hacia á mi esposa esta corta apología del avestruz, Santiago y Franz controvertian sobre la propiedad del animal.

—Santiago quiere, díjome Franz mohino, adjudicarse el avestruz, como si él solo lo hubiera cogido, y eso no es regular.

—Pues bien, respondí para dirimir la contienda, en ese caso hagamos partes, ya que todos hemos contribuido á su captura. Federico se llevará la cabeza porque el águila fue la que le aturdió con un aletazo, yo me quedaré con el cuerpo, pues lo sujeté con el lazo, y á tí, compadre Franz, te darémos las plumas de la cola, pues si mal no recuerdo, fue lo que únicamente tocaste al pájaro para excitarle á levantarse cuando estaba tendido.