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EL ROBINSON SUIZO.

perdió el uso del principal sentido quedó inerte y se dejó agarrotar de cuantas maneras quisímos sin oponer resistencia. Por de pronto lo sujeté con una ancha correa de lija, que le aprisionaba las alas, y á la que estaban prendidas otras dos que hacian de bridas, y le trabé las zancas con un cordel.

—Todo eso está muy bien, dijo Santiago al ver la operacion casi terminada; nuestro es ya el animal, pero ¿cómo lo llevamos á casa? y si lo conseguimos, ¿quién es el guapo que se encarga de domesticar este gigante?

—El instinto más feroz cede á la educacion, respondí; si grandes son los avestruces, mayores son los elefantes, y los indios los amansan al salir del bosque donde los cogen, de un modo muy sencillo: colocan al elefante entre otros dos ya domesticados; le privan del uso de la trompa atándosela fuertemente, y sujeto por cierto espacio de tiempo junto á sus dos adláteres, estos se encargan de modificar la fiereza del indómito animal, acostumbrándole á más suaves costumbres. El domador con una pica ayuda á los maestros, y con frecuentes correcciones reprime cualquier arrebato del discípulo.

—Está bien, papá, añadió Santiago riéndose á carcajadas. Y ¿dónde tenemos los avestruces mansos que acompañen á este? á ménos que Federico y yo les sustituyamos...

—¡Jesus! en poca agua te ahogas. ¿Quién te ha dicho que precisamente se han de necesitar dos avestruces para domar á otro? El toro y el búfalo ¿no podrian desempeñar ese cargo? ellos por una parte y vosotros dos con un buen látigo por otra, reemplazando á los domadores, le hariais entrar en vereda y caminar á la par de sus adjuntos.

—¡Ah! ¡qué divertido será! fue la exclamacion de los niños.

Para demostrarlo, hice aproximar al ave las dos bestias; arreglé las correas, y cuando me pareció que todo estaba en órden, y los dos jinetes armados cada cual de su látigo, desvendé al avestruz.

La prueba era decisiva. El gigantesco pájaro permaneció inmóvil algun tiempo, deslumbrado en cierta manera por la repentina claridad que le heria las pupilas; levantóse al fin con viveza, creyendo llegada la hora de su libertad; pero al verse sujeto por las correas que le ligaban con sus dos acólitos recibió una brusca sacudida, que se repitió cuantas veces intentó desembarazarse. Quiso batir alas, pero en balde, afianzadas como estaban por la cincha y por el lazo; y como se encontró con las zancas aprisionadas, conociendo al fin la inutilidad de sus esfuerzos, se fué dando á partido; se levantó, y sometiéndose á la voluntad de sus dos compañeros y maestros, partió con ellos al galope. Santiago y Franz estaban en sus glorias, gritando á cuál más como unos locos, y el avestruz, asustado de semejante algazara, corria cada vez más, hasta que el búfalo y el toro, ménos ágiles que el pájaro, al cabo de media hora obligaron al discípulo á moderar su ardor y á acortar el paso.

Miéntras los dos jinetes daban esta primera leccion al prisionero, Federico y