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CAPÍTULO XLVI.

catástrofe de la última cacería, ántes de quitarla el capirote tuvo la precaucion de atarla el pico, quedando así casi inofensiva, sin más armas que las garras que no podian causar grave daño; á los perros se les pusieron igualmente bozales para evitar que hiciesen presa, y así todo dispuesto, hicímos alto para no espantar á los avestruces que se acercaban con las alas extendidas corriendo velozmente. Sea que no nos hubiesen visto, ó que nos tomasen por objetos inanimados, tal era la inmovilidad en que estábamos, ó bien, y era lo más probable, que las aves viniesen ya ojeadas por la carrera de mis otros hijos, lo cierto es que sin desviarse se plantaron casi á tiro de pistola de donde las acechábamos. Entónces pude examinar el grupo á mi placer. Eran tres hembras y un macho, el cual las precedia como explorador para avisar cualquier riesgo. Las magníficas plumas de su cola flotaban majestuosamente al viento, y desde luego le elegí como la mejor presa que pudiéramos encontrar. Pareciéndome oportuno el momento, saqué el lazo embolado, y calculando la distancia con todo el tino y puntería que me fue dable, arrojé la cuerda contra el avestruz macho, con tan poco tino, que en vez de enredársela en las zancas como intentaba, las bolas del lazo le arrollaron el cuerpo sujetándole las alas. Esto en verdad era conseguir algo y dar alguna probabilidad al triunfo, todavía dudoso, pues espantado el avestruz por tan brusco ataque, huyó corriendo con la mayor velocidad, miéntras sus compañeros se dispersaban. Disparámonos á escape tras el macho, y perdíamos ya la esperanza de alcanzarle, cuando afortunadamente Santiago y Franz, que acudian en direccion opuesta, llegaron á tiempo de cortar la retirada al fugitivo. Federico entónces apeló á su supremo recurso: descaperuzó el águila y soltóla contra el ave, que se vió acosada por las fuerzas de todos aunadas. Santiago y Franz por un lado, Federico y yo por otro, fuímos estrechando las distancias y fatigándola incesantemente, lo cual junto con el águila, que se cernia sobre su cabeza y cuyo aleteo la aterrorizaba, dió en fin á conocer el desgraciado avestruz que entre los enemigos que le acosaban habia uno de su género, cuyo pico y garras jamás perdonaban. Furiosa el ave rapaz por no poder valerse del pico contra la víctima, se desquitó esforzando cuanto pudo las alas, con las cuales dió tal golpe en la cabeza del avestruz, que este tambaleó aturdido. Santiago, que no perdia ninguno de sus movimientos, aprovechando la oportunidad le enredó las zancas con el lazo, de suerte que tirando del cordel derribó al colosal pájaro. Todos cantámos victoria al ver esta caida, llegándonos al vencido para librarle de las embestidas del águila, é impedirle desembarazarse de los lazos que le oprimian. Forcejeaba el avestruz para romper sus ligaduras, y casi temíamos que se nos escapara. La posicion era crítica, pues, aunque abatido, el animal contaba todavía con medios de defensa que no podíamos contrarestar, decidido á no herirle en lo más mínimo. Entónces me ocurrió la feliz idea de que, privándole de la luz, disminuiria su furor; cubrímosle pues la cabeza con los pañuelos, y atándoselos al cuello quedó el avestruz vendado. Sucedió lo que habia previsto: en cuanto