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EL ROBINSON SUIZO.

encontrándose la costa totalmente deshabitada, ¿cómo habia podido reconocer al hombre? ¿quién le habia enseñado á servirle de guia, y quién le habia dicho que la miel es para él como para el cazador un apetitoso hallazgo, y que debia asociarle á su descubrimiento para obtener recompensa? ¿Acaso el interior del país estaria poblado por la raza humana, ó bien el ave ejerceria su instinto en provecho de los monos, osos, ú otros animales tan codiciosos de la miel como el hombre? Era indudable que el volátil, creyéndose impotente para llevar á cabo su designio, instintivamente se valia de la ayuda de otro animal más vigoroso que le facilitase su conquista.

Estas reflexiones, á las que mi fantasía les daba quizá mayor latitud de la que merecian, no dejaban de ser de alta importancia; pero todas se reducian á un pensamiento único, á estar siempre precavidos y no aventurarnos mucho al interior sino con gran cautela, redoblando el celo y vigilancia para no ser víctimas de alguna catástrofe imprevista. En consecuencia, no contento con mis primeros proyectos de fortificacion, concebí otro plan más estratégico, que consistia en construir una especie de reducto sólido y elevado, que dominando la costa de Felsenheim, y protegido por una batería de dos cañones, nos defendiese la retirada, castigando cualquier invasion que viniese del interior de la isla. Como accesorio, determiné igualmente cambiar el Puente de familia de fijo que era, en levadizo ó colgante para cortar el paso por ese lado. ¡Tal era la aprension que me infundiera la conducta extraordinaria de un pájaro!

Para concluir las maravillas de tan memorable jornada, llegóme el turno de probar á mis cazadores que tampoco el sabio y yo nos habíamos dormido en las pajas durante su ausencia, enseñando con orgullo las muestras del talco ó vidrio fósil desprendido de la roca, lo cual excitó la satisfaccion general, que se acrecentó cuando mi esposa nos vino á anunciar que la mesa estaba puesta y el famoso asado de pata de oso esperando comensales. Al principio mirámos con asco el plato á pesar del excelente olor que despedia, por habérsele acudido á no sé quién la intempestiva ocurrencia de que la pata se parecia á la mano del hombre; pero Santiago, más resuelto y ménos aprensivo, rompió la valla, y con mi permiso comenzó á trinchar el asado. El apetito triunfó, y depuesta la repugnancia, vinímos á confesar que jamas habíamos comido manjar más sabroso y delicado. Verdad es que la cocinera habia puesto sus cinco sentidos para quedar airosa en el condimento.

Despues de cenar se encendieron las hogueras de costumbre, se renovó la provision de combustible en el chozo para acabar de ahumar la carne de los osos, cuya preparacion, hecha de otra manera, nos habria entretenido más de lo regular, y tranquilos respecto á las improvistas asechanzas de las fieras, entrámos á descansar en la tienda donde dormímos sosegadamente sin que nada interrumpiera nuestro apacible sueño.