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CAPÍTULO XLV.

dió; Franz se acordaba bien de lo mal librado que salió en Falkenhorst cuando la echó de valiente en la colmena de la higuera del palacio aereo, y no estaba por nuevas tentativas; Federico, como general más entendido en teoría que en práctica, mostrábase muy ardoroso en el consejo, pero algo tibio en la ejecucion. El medio más breve y sencillo era, segun él, destruir el enjambre arrimándole pajuelas de las que yo llevaba en el morral. Como nadie queria poner el cascabel al gato, como suele decirse, lo tomé por mi cuenta, é introduje una pajuela encendida por la boca de la colmena; pero ¡qué revolucion se armó entónces! Jamás imaginara que animales tan pequeños se convirtiesen en enemigos tan formidables. No parecia sino que la tierra los vomitaba á millares, embistiéndome con tal impetuosidad y acribillándome de tal manera la cara, que sin poder valerme pusiéronmela como V. lo ve, quedándome apénas tiempo para montar y huir á todo escape, sacudiéndome los bichos que tenia encima. Mis hermanos me siguieron; pero como se quedaron á prudente distancia, se libraron del chubasco.

—Ahí tienes, dije, el castigo de tu imprudente agresion, leccion práctica de historia natural, que estoy seguro de que no se borrará de tu memoria, aunque vivas mil años. Ahora avístate con tu madre, que te calmará la inflamacion con los remedios que conoce. En el ínterin soltarémos estos pobres prisioneros y decidirémos en definitiva cuál ha de ser su destino. Hubo discordancia entre si los conejos y los tiernos antílopes se quedarian en Falsenheim, ó si se les abandonaria, como Federico opinaba, en uno de los islotes de la costa. Los demas niños hubieran preferido conservar unos y otros para domesticarlos y divertirse con ellos; pero las consideraciones por su misma seguridad nos inclinaron al otro parecer, y acordóse que los animales tendrian por anchurosa morada la isla entera del Tiburon. Para trasladarlos arreglámos desde luego un jaulon de mimbres con heno en el fondo, donde encerrámos los antílopes, que eran lo más lindo que se podia ver. Apénas tendrian diez ó doce pulgadas de altura, y sus delicados miembros no dejaban la menor duda sobre su especie [1]. Cerrado el canasto, se colgó provisionalmente de un árbol. Para los conejos de angora se empleó el mismo sistema.

En tanto no podia desterrar de la mente el extraño pájaro, que con tanta seguridad y confianza habia guiado á los niños hasta la colmena subterránea. Desde luego creí sería el cuco llamado indicador por los naturalistas [2]; pero

  1. Los antílopes se parecen á los ciervos en el aspecto, ligereza, y lagrimales en la mayor parte de especies. La que aquí se cita es la del llamado antílope real, Guecey, ó rey de los cervatillos, la menor de las conocidas. La altura del cuarto delantero apénas pasa de doce á quince pulgadas. Se le cuenta por tan ágil que puede saltar á la altura de dice piés, lo cual parece exagerado.
  2. Este pájaro, que efectivamente se llama cuco indicador, tiene esa particularidad y á veces llama tambien á la zorra para que le ayude á descubrir los panales de que, por estar la colmena bajo tierra, ó por temor al aguijon de las abejas, no puede ó no se atreve á apoderarse. La más comun de estas aves es el indicator major, que habita en el Cabo de Buena Esperanza. (Notas del Trad.)