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EL ROBINSON SUIZO.

cionándonos abundantes pieles para la sombrería, y caza segura para la cocina.

—De esa manera no me opongo á que entren en nuestro reino esos señores. Tu plan es excelente, y como á exclusivo autor te confio la ejecucion. Pero ahora te repito: ¿cómo te has compuesto para cogerlos vivos?

—Al águila se debe la captura: ella fue la que se arrojó con tal impetuosidad sobre una porcion de ellos, que huian como desesperados al vernos, y obligados á entrar en tropel en la madriguera, con la mano pude coger un par miéntras ella devoraba otro.

Prolija encontraba Santiago la narracion de su hermano, y conociendo yo que se moria por hablar de sus aventuras personales, le concedí el uso de la palabra.

—Ahora me toca á mí, y por cierto que no seré tan difuso como mi hermano. Miéntras Federico estaba á vueltas con sus conejos, Franz y yo seguíamos andando, cuando de repente observámos que los perros corrian hácia una espesura cercana; los seguímos al galope, y saltaron dos animalejos que, segun la ligereza con que huian, tomé por liebres; empero al cabo de un cuarto de hora rendidos de fatiga pudímos cogerlos ántes que los perros se echasen encima. Hélos aquí, añadió el narrador poniéndolos de manifiesto; los que yo creia liebres me parece que son dos cervatillos.

—Pues á mí me parecen antílopes, interrumpí, y les podemos dar la bienvenida.

—Sean lo que se quiera, la caza ha sido interesante, y tanto los corceles como los jinetes han cumplido su deber. Despues de frotar con víno de palmera los entumecidos miembros de los prisioneros, nos los echámos á cuestas, y montando de nuevo nos reunímos con Federico, que abrió tanto ojo al ver nuestra captura.

—Pero si te fué tan bien en la caza ¿de qué proviene esa hinchazon en el rostro que me está llamando la atencion hace una hora? No parece sino que un enjambre de mosquitos se han cebado en él.

—Lo que V. extraña, papá, tiene un orígen digno y caballeresco. Al dar la vuelta á la habitacion, reparámos en un pájaro desconocido que revoloteaba precediéndonos algunos pasos, parándose y levantándose al acercarnos, como si quisiera guiarnos hácia un objeto desconocido ó burlarse de nosotros. Franz estaba por lo primero, yo por lo segundo, y sin andarme en chiquitas le apunté la carabina, cuando Federico me recordó que estaba cargada con bala, por lo que el tiro podia contarse por perdido. «Vale más, dijo, que sigamos al ave hasta ver donde se posa; ¿quién sabe si nos proporcionará algun descubrimiento?» Seguí su consejo; y en efecto, al cabo de un rato se paró sobre un nido de abejas artísticamente construido en la misma tierra, en torno del cual zumbaban los enjambres como si fuera una colmena. Hicímos alto para combinar un plan para apoderarnos de semejante tesoro. Cada cual dió su parecer y nada se deci-