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CAPÍTULO XLIV.

empleasen como mantas de campaña, ó como alfombras para que hiciesen ménos sensible la humedad del suelo.

Era ya demasiado tarde para emprender nada, y cerré la discusion exhortándoles á que apresurasen los preparativos para el regreso que debia emprenderse al dia siguiente. Aprobóse el proyecto por unanimidad, ya porque despues de la brusca aparicion de las fieras nadie queria pasar la noche en aquel sitio, ya en consideracion á las grandes heridas de los perros que debian curarse pronto.

Los cadáveres de los osos se metieron en la caverna cubriéndolos con maleza para que las aves de rapiña no los devorasen, y los huevos de avestruz, cuyo peso retardaba la marcha, se enterraron en la arena hasta que hubiese ocasion de recogerlos, única manera de poderlos conservar.

La perspectiva de pasar una buena noche y la indispensable y suculenta cena dió alas á nuestros piés; y aun el sol no acababa de trasponer el horizonte cuando ya estábamos reunidos con la buena madre y Franz, que nos recibieron con las mayores demostraciones de alegría. El buen fuego y la mejor cena reanimaron nuestras fuerzas, recompensando superabundantemente los sustos y fatigas pasadas.

Como era natural, lo primero que se contó fue la gran victoria del dia; y maese Santiago, que era el que ménos á ella habia contribuido, desquitóse charlando más que siete. Los heróicos, aunque horrorosos detalles de esta aventura, á pesar de su felix éxito, no dejaron de estremecer á mi esposa, que no pudo ocultar las lágrimas que acudieron á sus ojos al pensar en el inminente riesgo en que estuviera nuestra vida; y por más que traté de tranquilizarla y distraerla encomiándola hasta las nubes la carne del oso que iba á acrecentar las provisiones de invierno, no alcancé á que la cobrase aficion, diciéndome que ántes bien la causaria repugnancia al considerar el riesgo en que nos pusieron. Sin embargo, convenímos en juntarnos todos al dia siguiente muy temprano en el campo de batalla para deliberar el mejor partido que pudiera sacarse de tan importante captura.

Mi buena esposa me contó su ocupacion y la de su hijo durante nuestra ausencia. Acompañada de este, había descubierto á orillas del arroyo una tierra fina, blanca, arcillosa y grasienta que en su sentir podria servirnos para hacer porcelana; y los dos habian recogido entre las rocas en vasijas de bambú suficiente agua para abrevar al ganado, y por último, á fuerza de constancia y paciencia habian llevado á la entrada del desfiladero los primeros materiales para la edificacion del proyectado fuerte.

La agradecí, como se merecia, sus esmerados cuidados, de los que esperaba sacar partido á debido tiempo; y para comenzar los experimentos tomé un poco de la tierra recien descubierta y que se suponia ser de porcelana, y haciendo con ella dos bolas, las coloqué en una grande hoguera que debia durar toda la noche, agregando algunos hachones para que el resplandor alejase las fieras. Los