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EL ROBINSON SUIZO.

todos cubiertos de sangre, encarnizados en su presa, seguian cebándose en ella, cuando Santiago, que si no tomara parte activa en la lucha, al ménos no habia retrocedido un paso, trajo consigo al pobre Ernesto que aun temblaba como un azogado. Luego que le ví algo más sosegado le pregunté por qué se habia separado de nosotros, y prevínele que nos refiriese su encuentro con las fieras.

—¡Ah! respondió con temblorosa voz y apuntando las lágrimas á sus ojos; ocurrióseme adelanterme, no tanto por llegar el primero á la gruta como por asustar á Santiago, escondiéndome é imitando el rugido del oso cuando estuviera cerca. Dios, sin duda, para castigar mi mal pensamiento, ha permitido que me encontrase con verdaderos osos que me causasen el daño que trataba de causar á otro. No sé cómo tuve valor y fuerzas para llegar hasta donde V. estaba. El Señor ha tenido misericordia de mí.

—Hé aquí, respondí, cómo Dios castiga á tiempo hasta los malos pensamientos; y además ¿cómo no calculaste las consecuencias que pudieran haber surgido en perjuicio de tu hermano de tan pesada broma?

No quise extender más la reprimenda porque estaba á la vista su arrepentimiento; pero sí aproveché la ocasion para dar á conocer á mis hijos el riesgo en las absurdas sorpresas, que tomadas como diversion y para reirse despues, es fácil que acarreen funestos resultados.

—Vamos, que la caza de hoy no ha sido mala, dije á los niños variando de tono; pues vale tanto como la muerte del boa. Al ménos estos osos ya no podrán acercarse á nuestra morada.

Santiago fue el primero que me preguntó cómo se explicaba la presencia de esta clase de animales en un clima tan cálido como en el que habitábamos.

—Tampoco lo comprendo, ni sabré explicártelo, respondí, á no suponer que no pertenezcan á la familia de los de Europa, ó hayan venido de la América del Norte, ó bien sean originarios de una raza particular encontrada há poco en el Tibet.

Esta grave cuestion era de corta importancia para mis jóvenes é intrépidos cazadores que, llenos de alegría por tan notable victoria, con la mayor sangre fria se paseaban al redor de los mónstruos, examinando sus heridas, sus fuertes y agudas garras, pasando los dedos por los largos y afilados colmillos, y las manos por su áspera y poblada piel negra con manchas blancas. No ménos les admiró su corpulencia, pues el mayor tendria sobre ocho piés de largo y poco ménos el otro. El resultado del exámen fue que debíamos darnos por contentos y satisfechos con haber quitado de por medio y á tan poca costa semejantes alimañas. La victoria borra el miedo por grande que haya sido.

—Y ahora ¿qué vamos á hacer con estos animales? pregunté á mis compañeros.

Siempre raro en sus cosas, optó Santiago por que de la piel de las cabezas se hicieran cascos para asustar con esa tremebunda facha á los enemigos que vinieran á ofendernos. Ménos belicoso Ernesto, propuso que las pieles se