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EL ROBINSON SUIZO.

un trozo de calabaza, y yo haciendo lo propio con la cáscara del coco que nos sirviera de refrigerio. Empero debo confesar que la obra estuvo léjos de poder competir con las que de su género vímos en el museo labradas por los salvajes.

Si bien íbamos departiendo, no dejábamos de estar recelosos; pero do quiera imperaba el más profundo silencio. Á las cuatro horas largas de camino alcanzámos un promontorio que penetraba muy adentro en la mar, formando una alta y tajada costa, y como el paraje nos pareciese pintiparado para observatorio, comenzámos á trepar con gran trabajo la cuesta, desplegándose en la cumbre á nuestros atónitos ojos un hermosísimo panorama, que con creces nos compensó el cansancio de la subida.

Estábamos en medio de un admirable cuadro de vegetacion y colores, el cual examinado en sus detalles con el anteojo, era todavía más admirable y encantador. Campeaba por un lado una anchurosa bahía cuyas orillas gradualmente se confundian con el horizonte azul á lo largo del mar tranquilo y terso como un espejo, donde el sol rielaba con mágicos reflejos; por otra ostentábase una feraz campiña con frondosas alamedas y verdes prados. Exhalé un suspiro á tan grandioso espectáculo, pues en medio de todo no hallábamos el menor rastro de nuestros desventurados compañeros.

—¡Cúmplase tu voluntad, Dios mio! exclamé. Todos pudiéramos vivir aquí, si no con comodidad, á lo ménos sin fatigas ni molestias, y sólo á nosotros nos fue dado llegar, quizá porque así conviene á tus inescrutables designios.

—No me disgusta la soledad, dijo Federico, con tal que la anime la presencia de mis amados padres y hermanos. Los hombres de los primeros tiempos vivieron como nosotros vamos á hacerlo.

—Aplaudo tu resignacion, repuse; mas como el sol nos achicharra, vamos á la sombra á tomar un bocado y luego emprenderemos la retirada.

Dirigímonos á un bosque de cocoteros que coronaba la altura, atravesando un pantano erizado de cañas entrelazadas que nos impedian el paso; avanzámos despacio y con tiento por si encontrábamos algun reptil venenoso, precedidos siempre de Turco que exploraba el terreno. Ocurriéndoseme cortar una de aquellas cañas para que sirviese á un tiempo de apoyo y defensa, noté que destilaba un jugo pegajoso que me pringaba las manos; acerquélo á los labios, y desde luego conocí que nos hallábamos rodeados de cañas dulces. Proporcionáronme una deliciosa bebida que me refrigeró. Deseando que Federico, que iba delante, tuviese la satisfaccion del descubrimiento, díjele que cortase otra caña para que le sirviera de cayado, como así lo hizo, y miéntras la blandia despidió gran cantidad de zumo que le humedeció la mano, la cual también llevó á los labios, y entendiendo al punto lo que era, exclamó alborozado:

—¡Caña dulce, papá! ¡y qué regalada! Llevemos algunas á mamá y á los hermanos.

Y así diciendo hizo trozos la que tenia para chuparla con más comodidad.