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CAPÍTULO XLIII.

tar la sed y el hambre por largo tiempo; y sobretodo persuádete de una cosa, hijo mio, de que el divino Autor de la creacion ha debido calcular exactamente sus medios para que los seres que aclimató en el desierto pudiesen satisfacer todas sus necesidades, lo mismo que los que colocó en las fértiles llanuras, en los espesos bosques, y en las frondosas orillas de los rios que disfrutan de riqueza y abundancia.

La conversacion versó por algun tiempo acerca de los avestruces, y en particular sobre las puas que tienen á la extremidad de las alas, que les sirven como de espuelas para acelerar el paso cuando se ven perseguidos; y de paso demostré lo infundado de la creencia en que estaban los niños, así como la generalidad, fiados en las falsas relaciones de los viajeros, de que el avestruz, para defenderse, arroja á los cazadores arena ó piedra; lo cual podria igualmente decirse del caballo, añadí, pues al galopar tambien despide con los cascos traseros cuanto pisan, y sin embargo á nadie se le ha ocurrido aplicarle un instinto particular respecto á lo que se quiere conceder al avestruz.

Federico quiso tambien saber si esa ave tenia un canto ó graznido especial; á lo que respondí, que particularmente de noche exhala una especie de lastimero quejido semejante al del buho, y á veces rugidos á imitacion del leon.

Miéntras así departíamos, Santiago y Ernesto, que siguieran al chacal, hicieron un descubrimiento, y á poco les vímos agitar las gorras emplumadas, llamándonos á voces para que acudiésemos á donde estaban.

—¡Un nido! ¡un nido! gritaron al acercarnos.

En efecto, al reunirme con ellos ví el nido, si tal puede llamarse un agujero en la arena, que contenia simétricamente colocados como hasta veinte y cinco huevos de avestruz, tamaños como cabezas de niños recien nacidos.

—¡Cuidado! ¡cuidado! dije á los aturdidos, que ya iban á echarles mano; no los toqueis, ni trastorneis el órden en que están colocados, pues la hembra no entraria más en el nido, y no lograríamos desquitarnos de la desgraciada caza de esta mañana.

Preguntéles cómo lo habian encontrado estando tan oculto.

—Muy sencillamente, respondió Ernesto; pareciéndome que una de las hembras, la última que voló huyendo de los perros, habia saltado de repente del suelo, acudióme la idea de que se levantaria del nido; Santiago fue de la misma opinion; comenzámos á buscarle acompañados del chacal que, habiéndolo olfateado, dió con él de buenas á primeras, rompió un huevo del que salió un polluelo, el cual devoró al punto, y hubiera dado fin con todos si no se lo impidiéramos.

—Esta es otra de las hazañas de tu discípulo, dije á Santiago; por lo visto, aun te falta mucho para completar su educacion; y sólo á fuerza de palos conseguirás corregirle de esa voraz costumbre.

A pesar de mis observaciones, los niños deseaban apoderarse de los huevos,