Página:El Robinson suizo (1864).pdf/303

Esta página ha sido corregida
270
EL ROBINSON SUIZO.

al instinto de ese pájaro; y así, es más que probable, que en el caso á que te refieres, para mirar por su conservacion, es por lo que oculta la cabeza como más débil, tomando esa posicion para defenderse con las patas y cocear con ellas como hacen los caballos cuando se ven acosados. Esto es lo que creo, y no en la infundada fábula que nos han transmitido los siglos, calumniando á esa pobre bestia.

Miéntras hablábamos pude conocer que los avestruces nos habian sentido, porque noté cierta indecision en su andar; pero como permanecíamos inmóviles y silenciosos en nuestro escondite, es de presumir que al pasar por delante nos tomarian por alguna piedra ú otro objeto inanimado; mas no llegó ese caso, porque la impaciencia destruyó mi plan de emplear el lazo para coger alguno vivo.

Atacados de improviso los pobres animales por los alanos que se les abalanzaron ladrando á más no poder, emprendieron tan precipitada fuga que parecia que volaban. Sus largas zancas apénas tocaban el suelo, y tendidas las alas como vela henchida por el viento, prestaban mayor celeridad á su carrera. No habiendo ya otro remedio, tuvímos que recurrir al águila. Soltóla Federico, remontóse, y hendiendo los aires se puso perpendicular sobre el avestruz macho, cayendo á plomo sobre él con tanto ímpetu, que en breve el ave gigantesca yacia por tierra entre las convulsiones de la agonía. Acudímos por ver si aun sería tiempo de salvar la víctima; cuando llegámos, la reina de las aves habia consumado su obra.

Despues de contemplar con sentimiento el deplorable resultado de nuestra caza, como el mal no tenia ya remedio, se trató de sacar de ello el mejor partido posible. Desembarazados de los perros y del águila, despojámos al desgraciado pájaro de las mejores plumas de la cola y las alas, y como trofeos de la victoria adornámos con ellas nuestras gorras, dándonos la apariencia de caciques mejicanos. Pero el lujo era lo de ménos, pues el tamaño de las plumas nos proporcionó la suficiente sombra para amortiguar el ardor del sol.

Federico era el que más admiraba de las gigantescas proporciones de esa ave del desierto.

—¡Qué lástima, decia, que no hayamos podido salvarla! ¡qué gran papel hubiera hecho en el corral!

—¿Y cómo pueden estas grandes aves, preguntó Ernesto, encontrar alimento en el desierto?

—Eso sería bueno, respondí, si lo que llamas desiertos y que realmente lo son respecto á nosotros, lo fuesen para los demás animales de la creacion. Es una preocupacion esta como tantas otras. En las más áridas llanuras nunca falta alguna que otra planta, palmeras y otras varias producciones que sirven de alimento. Además, debe tenerse en cuenta que el avestruz, así como los demás moradores de improductivas zonas, son extremadamente frugales y capaces de sopor-