Página:El Robinson suizo (1864).pdf/300

Esta página ha sido corregida
267
CAPÍTULO XLIII.

—No, hijo mio, respondí, estamos dos millas más léjos y en medio de un desierto. Durante las lluvias tropicales, y algunas semanas despues, verias todo esto alfombrado de yerba; pero cuando cesa el rocío benéfico del cielo, y el sol ejerce su predominio, la vegetacion desaparece hasta la próxima estacion.

—Esta es la Arabia Pétrea [1], dijo Ernesto.

—Es una tierra, como quizá no se encuentre otra, añadió Federico como desalentado. ¡Qué lástima que el mar no se la tragase!

—Así no fuera un volcan como ahora; los piés me arden como si caminara sobre ascuas, exclamó Ernesto.

—¡Paciencia! hijos mios, dije, ¡paciencia! No todo ha de ser tortas y pan pintado. Ad augusta per angusta, dice el proverbio latino, y nosotros le traducimos: no hay atajo sin trabajo. Pero pronto llegarémos á aquella colina. ¡Quién sabe si detras encontrarémos algun nuevo Eden!

Para concluir, despues de una fatigosa marcha de dos largas horas, durante la cual apénas nos dirigímos la palabra, llegámos sin aliento al pié de la tan deseada colina. Componíala una roca que se elevaba en medio del desierto, y cuya cima, más ancha que la base, nos brindaba con un poco de sombra, en la cual nos tendímos abatidos para descansar, pues nos faltó el ánimo para ascender á la cumbre y explorar el terreno. Hasta los perros ya no podian más, y con la lengua fuera se tendieron igualmente á nuestro lado.

Durante más de una hora permanecímos en silencio contamplando el panorama que se desplegaba á nuestra vista. Nos encontrábamos aislados en medio de un vasto desierto, al parecer de quince ó veinte leguas de extension; la cadena de montañas cerraba el horizonte, y el arroyo, que aun se divisaba, se parecia á una cinta de plata extendida sobre un tapiz oscuro y uniforme. Era el Nilo, visto desde una altura, serpenteando en medio de las ardientes arenas de la Nubia.

Hacia ya algun tiempo que maese Knips, que era tambien de la partida, nos habia dejado de repente dirigiéndose hácia las rocas donde desapareció. Creímos desde luego que habria olfateado alguna caterva de compañeros suyos ó cualquiera golosina que le suscitase el apetito. Le dejámos marchar, y á poco notámos que los perros, así como el chacal de Santiago, seguian el mismo camino; pero el cansancio y abatimiento en que estábamos era tal que no pensámos en correr tras ellos. El cuerpo pedia reposo y los labios algo con que refrescarse. Algunas cañas dulces que llevaba de prevencion en el morral y que distribuí entre mi tropa aliviaron algun tanto esa necesidad; pero este refresco acarreó otra nueva, que fue despertar el apetito, y algunos trozos de peccari asado confortaron el estómago.

  1. La Arabia Pétrea es una de las partes en que dividió Ptolomeo esa regio de Asia, llamada así por la antigua ciudad de Petra, punto intermedio de comercio entre los romanos y persas. Hoy dia la Arabia está dividida de otra manera. (Nota del Trad.)