—Es un coco, respondí.
—¿Por qué no ha de ser un nido, habiendo aquí tanto pájaro?
—Cierto, pero en la corteza filamentosa conozco el coco, y si no, pártelo y verás.
En efecto, abrímoslo, y nos encontrámos que estaba seco; trinó el niño contra las relaciones de los viajeros que hacian tan apetitosa descripcion del líquido que encerraba el tal fruto y de la especie de nata que cubria la almendra, é interrumpile diciendo que lo que habíamos encontrado estaba seco de mucho tiempo, y que probablemente hallaríamos cocos frescos. En efecto, á poco encontrámos otro, que algo rancio y todo, no dejó de gustarnos.
Proseguímos caminando por el bosque, siendo á veces preciso abrirnos paso con el hacha entre la multitud de bejucos y enmarañada maleza que lo obstruian, hasta que arribámos á un sitio donde la arboleda era más clara.
En aquel bosque la vejetacion se mostraba lozana y espléndida, y los árboles á cual más extraños y vistosos. Contemplábalos mi hijo suspenso y admirado, haciéndome notar lo raro de los frutos y hojas; pero al llegar á otro más maravilloso, preguntó:
—¿Qué árbol es este, papá, cuyos frutos están pegados al tronco en vez de colgar de las ramas? Voy á coger uno.
Al aproximarme reconocí con alegría que era un calabacero cargado de fruto, y notando Federico mi satisfaccion, me preguntó si era comestible y servia para otras cosas.
—De este árbol, respondí, uno de los más preciosos que en estos climas se crian, sacan los salvajes alimento y utensilios para cocerlo; y si bien tienen en mucho su fruto, los europeos lo desprecian, aprovechando únicamente la corteza, que labran de mil maneras.
Seguí explicando cómo los salvajes hacen de ella platos, cucharas, y hasta vasijas para hervir el agua; y al oirlo atajóme preguntando si aquella corteza era tan incombustible que resistiese á la accion del fuego, á lo cual respondí:
—No, porque los salvajes no necesitan lumbre para eso: echando en el agua guijarros candentes, la calientan hasta que hierve.
Manifestó Federico que con mi consentimiento trataria de labrar algun utensilio para su madre; preguntéle si traia bramante para dividir las calabazas, y contestó que tenia un ovillo, pero que mejor lo haria con la navaja.
—Pruébalo pues, le respondí y á ver quién de los dos sale más lucido.
Pronto arrojó Federico despechado la calabaza que habia elegido, la cual destrozaba enteramente por resbalarse el cuchillo á uno y otro lado en la blanda corteza; miéntras que yo á la mayor brevedad labré con el bramante dos magníficos platos. Maravillado de mi buen éxito, imitóme con facilidad, y despues de enarenar la porcelana de nueva especie, expusímosla al sol para que se secara. Luego continuámos andando, entretenido Federico en labrar una cuchara con