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EL ROBINSON SUIZO.

ríamos el menor riesgo. La investigacion se llevó á cabo; pero únicamente encontrámos dos gatos monteses, que huyeron ántes de hallarse á tiro.

El resto de la mañana se dedicó á diferentes trabajos en el campamento. Comímos; pero el excesivo calor nos impidió continuar la marcha, aplazando para el otro dia el reconocimiento de la gran vega.

Nada nos molestó durante la noche, y al rayar el alba todos estábamos listos para emprender la marcha. Los tres niños mayores debian acompañarme, porque para entrar en tierra desconocida debia contarse con fuerzas suficientes; Franz y su madre quedaron cuidando el carro, las provisiones y el resto del bagaje. Despues de un buen desayuno, de echar en los morrales un bocado para el camino y de despedirnos de la buena madre, que nos vió partir inquieta, emprendímos la caminata y á poco llegámos al desfiladero.

El lector recordará que en el año anterior, á la extremidad de esta garganta, se construyó una empalizada de bambúes y palmeras espinosas que constituian un verdadero atrincheramiento para cerrar el paso. Nada de esto existia. Por un lado las lluvias y los torrentes, y por otro los búfalos, los monos, los cerdos montaraces, y sobre todo el boa, cuya huella reconocímos sobre la arena, se aunan para destruir la primera obra del hombre contra su salvaje dominacion. Entónces concebí el proyecto de alzar en este sitio una muralla á prueba de animales y elementos; pero no podia ejecutarse en aquella sazon, y quedó aplazada para más adelante.

Antes de descender á la vega nos detuvímos á contemplar la gran llanura que la vista abarcaba. A la izquierda del riachuelo que cruzaba la vega por en medio, montañas desiguales todas cubiertas de palmeras; á la derecha, rocas peladas que se confundian con las nubes, cuya cadena, alejándose gradualmente del llano, descubria un horizonte sin límites. Santiago reconoció al instante el punto donde se cogió el primer búfalo, el rio cuyas dos orillas estaban cubiertas de la más rica vegetacion, y la caverna donde encontró el chacal. Siguiendo la corriente, y á medida que nos alejábamos de ella, el aspecto del suelo cambiaba visiblemente, la vegetacion desaparecia, y á la media hora de camino topámos un dilatado desierto cuyo fin no se alcanzaba. Los rayos de un sol abrasador caian á plomo sobre nuestras cabezas, y ni un árbol ni el menor arbustillo se encontraba para acogernos á su sombra. La tierra seca y tostada apénas producia una que otra agostada planta, y no podia comprender cómo en tan corto trecho se encontrase la naturaleza tan radicalmente cambiada.

La sed comenzó á molestarnos, y si bien al vadear el arroyo se habian llenado las calabazas de agua, esta se habia calentado de tal modo que era imposible beberla sin causar náuseas.

—¡Qué diferencia de suelo, papá, dijo Santiago, comparándolo con el que dejámos atras! Pero supongo que no será el mismo que recorrímos cuando la primera expedicion.