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EL ROBINSON SUIZO.

esta manera! Si abriésemos este animal, sacándole las tripas, pesaria ménos y no me cansaria tanto.

—¿Por qué no lo haces? le respondí. A fe que lo que saques no se ha de comer, y á los perros les vendrá de molde.

—Pues ¡á ello! añadió el niño.

Y sin más rodeos sacó el cuchillo de monte y comenzó á abrir el cabiar. Durante la operacion, que no salió del todo mal, le dije:

—Hé aquí un ejemplo de lo efímeras que son las glorias de este mundo, y como al placer va siempre unida la amargura. Si no hubieras disfrutado del que tanto anhelabas ensayándote en la caza, seguirias ahora tan campante y descansado. Así se concibe que la pobreza tenga en sí misma un atractivo, lo mismo que la riqueza sus inconvenientes.

Supongo que se llevaria el viento mis reflexiones, pues atareado y bajo la influencia de la ilusion de la victoria, no me respondió palabra.

Concluida su tarea, seguímos andando; pero el cabiar, á pesar de lo que se le habia aligerado, aun pesaba más de lo que permitian sus débiles espaldas. Cansado y jadeante se le ocurrió una idea, la cual me participó, diciendo:

—Como es mucho peso este para mí, si V. lo permite, no seria malo que á ratos lo llevara el perro.

—Tienes razon, respondí, y has discurrido muy bien.

Así lo hizo, acomodado el cabiar sobre el lomo de uno de los alanos, quedando terminado el asunto.

Al llegar al pinar se nos ocurrió recoger unas cuantas piñas que ya estaban en sazon, y á lo léjos vímos alguno que otro mono que desapareció al aproximarnos, lo que nos dió á entender que si por el pronto el temor los habia alejado de nuestra habitacion, no por eso dejaban de rondar la comarca. En cuanto al boa, nada nos indicó que hubiera pasado por allí. Su huella quedó perdida.

Al llegar al campamento encontrámos á maese Ernesto sentado á orillas del arroyo, rodeado de un prodigioso número de ratas muertas, en cuyo exterminio se habia ocupado durante nuestra ausencia. El flemático filósofo nos refirió la historia de esta mortandad, diciendo:

—Estábamos ocupados mi madre y yo en recoger las espigas de arroz más maduras, cuando á pocos pasos del arroyo descubrí una especie de dique que tenia la apariencia de una calzada construida en medio de un pantano. De un salto me planté en ella; y Knips, que tambien era uno de los recolectores, se vino tras mí, y abalanzóse á un animalito, que más listo que él, se le escabulló, desapareciendo bajo una especie de bóveda que se encontraba junto al dique. En seguida noté que los montones de tierra eran bastante altos, de manera que formaban por ambos lados de la calzada como una no interrumpida serie de pequeños edificios de igual forma y altura. Quise averiguar lo que contenian, y por la boca de una madriguera introduje la caña de bambú que llevaba, y al