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CAPÍTULO XL.

no, me lo ha revelado. Se corta la piel al redor de la cabeza y se vuelve del reves lo suficiente para ensartar en ella los tirantes de la yunta, y despues de sujetar la cabeza de la serpiente con una maroma al tronco de un árbol, arreando las bestias en sentido opuesto arrancarán la piel hasta la cola, volviendo lo de dentro á fuera.

—Pero no será tan divertido, dijo Santiago, como lo del negro. Yo me comprometo á ser el que se deslice á lo largo del boa.

—Cuando se trata de hacer algo útil, respondí, no deben emplearse chanzas, y como efectivamente encuentro que la idea de Ernesto es la más sencilla, asequible y la más adecuada al objeto, la vamos á adoptar. Con que ea, manos á la obra y componéos sin mi cooperacion, que así vuestra será la gloria de la invencion y ejecucion del pensamiento. En cuanto á preparar la piel que se destina como principal ornamento del gabinete de historia natural, nada es más sencillo; disecaréis como mejor os parezca el cráneo del animal, lavaréis en seguida la piel con agua salada, arena y ceniza, y despues de enjuta, coseréis los bordes con esmero, y la rellenaréis de paja, algodón ú otra materia seca y ligera, pudiendo así estar seguros de que la obra os hará honor.

Federico me aseguró que estaba bien penetrado de las operaciones que acababa de indicar; pero que temia diesen mal resultado. Alentéle, demostrándole que si el hombre se arredrase por las dificultades que se le ofreciesen, jamás emprenderia nada de provecho.

En fin, comenzaron la tarea, y cada cual empleó la destreza é inteligencia de que fueron capaces. La piel se sacó entera; se enjugó y preparó segun les indicara, y celebré el extraño medio que adoptaron para rellenarla. Despues de limpiarla bien por dentro, la izaron por medio de una cuerda suspendiéndola perpendicularmente de una rama de un árbol, y Santiago desde lo alto dejóse caer dentro hasta la cola, y allí enfundado, fué rellenando con los piés la paja y demás yerbas que sus hermanos le iban echando, y cuando aquella especie de saco animal se colmó, asomó la cabeza y parte del cuerpo exclamando muy ufano, como si estuviera en un púlpito.

—¡Yo! ¡yo he disecado el gran boa! que conste.

Cuando terminaron la faena que duró casi un dia, hubo que pensar en el sitio que se habia de destinar al mónstruo, impotente ya para hacer daño.

Se repararon los agujeros que causaran las balas en la cabeza; la cochinilla encontrada en las higueras chumbas nos sirvió para dar á la lengua y á las quijadas el color sanguíneo que la muerte borrara, y en seguida se colocó el reptil en un travesaño en forma de cruz, dándole la posicion más pintoresca, enlazando sus anillos al pié, é irguiendo por encima de los brazos la cabeza, con la boca abierta en actitud amenazadora. Al verla los perros se desgañitaron ladrando, y los demás animales de la casa huian espantados como si el boa estuviese aun vivo. Así dispuesto se instaló con la mayor solemnidad en la biblioteca, ocupan-