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EL ROBINSON SUIZO.

—¡Bravo! ¡bravo! dije riendo á todo trapo: he aquí que el último verso tiene más piés que una oruga patas; mas no importa, pues como probablemente estos serán los mejores versos que desde la creacion se habrán hecho en esta isla, llenarán cumplidamente su objeto en el mausoleo del infortunado cuadrúpedo. Saqué entónces del bolsillo un lápiz encarnado, y en lo más liso de la roca tracé el susodicho epitafio que el poetilla fué dictándome con la mayor modestia.

Apénas habia acabado de trasladarlo, cuando Federico y su hermano se presentaron con el búfalo y la vaca. El epitafio del asno dió naturalmente márgen á la crítica, que fue poco favorable á su autor, quien al fin, aun que amostazado al principio por las pullas que le dirigieron sus hermanos, hubo que reirse como todos y burlarse de su misma obra.

En seguida nos pusímos á trabajar. A la cabeza del asno, que todavía asomaba por la boca de la serpiente, se uncieron el búfalo y la vaca, y miéntras sujetábamos al reptil por la cola, tirando la yunta logró sacar los informes restos de la víctima. Se abrió un gran hoyo al pié del peñasco, y allí los sepultámos, colocando encima grandes pedruscos que sirvieran de sepulcral monumento.

El búfalo y su compañera arratraron al boa atado por la cola, hasta la cueva, ante la cual quedó el mónstruo tendido, sosteniéndole entre todos por la cabeza durante la travesía para que no se estropease al rozarse con las matas.

—Y ahora, ¿cómo lograrémos desollar este animalote para sacar entera la piel? exclamaron todos.

—Ahí está el busilis, les respondí. Ya veo que nada inventarán vuestras cabezas miéntras cuenten con el complaciente auxilio de un tercero que os saque siempre de apuro.

—Recuerdo, dijo Federico, haber leido en los viajes del capitan Stedman, que habiendo un negro matado á un boa, cuya piel deseaba conservar á todo trance, valióse de un medio muy ingenioso para desollar el reptil, pasándole una cuerda fuerte al redor de la cabeza, con objeto de izar la serpiente hasta la altura de la rama, quedando así colgada de ella. Encaramóse al árbol y con un cuchillo la atravesó el cuello, y descolgándose por el mismo reptil, siguió haciendo en la piel la misma incision de arriba á abajo, lo que le facilitó desprenderla entera.

—¡Magnífico! exclamaron todos á una; sólo hay una dificultad de que ninguno de nosotros probablemente pesará tanto como aquel negro, en cuyo caso lucidos quedarémos.

—Hay otro medio más sencillo, añadió Ernesto, y es el que he visto emplear en la cocina para desollar las anguilas; y la experiencia que nos ofrece lo que acabamos de practicar con la yunta para sacar del boa los resto del pobre as-