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CAPÍTULO XXXIX.

cia. Por dura que fuese y grandes los inconvenientes que ofreciese esta medida, siempre era ménos cruel que verlos morir de hambre encerrados en la cueva. Me pareció que trasladándonos a la opuesta orilla del arroyo, á más de encontrar pasto abundante estarian más seguros, miéntras el boa siguiese encastillado entre los mimbres del pantano. Para efectuarlo no quise seguir el camino ordinario del Puente de familia para no alarmar al enemigo, sino que conduje al ganado por el vado antiguo. Con arreglo á este plan, despues del desayuno del cuarto dia se dispuso arrendar las bestias formando reata: Federico, como el más valiente de la guarnicion, debia ir delante, montado en el onagro, miéntras yo detras cuidaba de la marcha para que se efectuase en buen órden. Recomendé al niño que á la menor señal que el enemigo diese de su presencia tomase la vuelta de Falkenhorst á toda rienda. Los demás animales los confié á la Providencia para que velara por ellos. En cuanto á mí, situéme encima de una peña que dominaba la Bahía de los gansos con objeto de observar sin ser visto los movimientos del boa, de donde, en caso necesario, podia retirarme á la gruta y tomar parte en la defensa, que esperaba fuese más afortunada que la vez primera.

Ante todo hice cargar las armas de fuego con bala: los dos niños menores se colocaron de atalayas en el palomar con órden de avisar cualquier movimiento del enemigo, y en seguida Federico y yo nos dirigímos á la cuadra para arrendar las bestias en la forma convenida. Por desgracia, ó mejor dicho por fortuna, mis disposiciones no fueron bien comprendidas, y una mala inteligencia hizo abortar el plan. Mi esposa, que estaba á la puerta para dar paso al ganado, ó no esperó la señal convenida, ó creyó haberlo oido ántes de tiempo y la franqueó ántes que todos los animales estuviesen arrendados. El pollino, á quien tres dias de descanso y abundante pienso infundieran brios superiores á su edad, viéndosese suelto y con la puerta abierta, cansado sin duda de tanta reclusion y deseoso de gozar la claridad del dia, de que se veia privado, en dos saltos se plantó en el campo sin que lográramos contenerle. Espectáculo digno de risa era ver los brincos y corcovos que daba al considerarse en libertad. Federico, que se hallaba ya caballero en el onagro, quiso salir para meterle en fila; pero como el asno sin atender á las voces tomó el trote hácia la laguna y en direccion al pantano, contuve al niño para que no le siguiese, contentándonos con llamarle de cuantos modos estuvieron á nuestro alcance, ya dando voces, ya haciendo sonar la trompa de que nos servíamos para avisar al ganado; mas todo fue inútil, pues el indócil fugitivo, léjos de sospechar la suerte que le aguardaba, hacia resonar el aire con sus acentos de triunfo, y arrastrado como por una fatalidad, avanzaba placentero hácia el pantano. Pero ¡cuál fue nuestro terror cuando vímos de repente salir del cañaveral al monstruoso reptil, y que irguiendo la cabeza á ocho ó diez piés del suelo, se fué arrastrando en direccion al asno! El pobre cuadrúpedo comprendió entónces su falta, y quiso huir; pero sus piernas paraliza-