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CAPÍTULO XXXVIII.

niños me atormentaban habia ya tiempo, porque los hacian falta sillas y estribos, y los animales de tiro estaban además pidiendo á voz en grito yugos, colleras y otros arreos necesarios. Puse manos á la obra, y en un instante me convertí en guarnicionero-albardero, así como ántes habia sido vidriero. Las pieles de canguró y de las lijas me proporcionaron el cuero indispensable, y para el relleno sirvió la crin vegetal ó esparto que me hicieron descubrir las palomas de las Molucas. Pero como á la larga llegaria á apelmazarse en términos que no proporcionaria comodidad alguna al jinete, mezclélo con ceniza y aceite de pescado, conservando así siempre una elasticidad igual á la de la crin de caballo. Rellené con la mezcla las sillas, los yugos y coyundas, y no me paré aquí, sino que además labré con el mismo cuero estribos, cinchas, cabezadas y todo el correaje indispensable apropiado al tamaño y fuerza de los animales para quienes estaba destinado, teniendo á cada momento que suspender la obra para dirigirme á tomar las medidas. Todo, á la verdad, estaba mal concluido y pergeñado; pero servia para el caso.

Pero no era lo de ménos hacer el yugo; la dificultad estribaba en ponerlo á los pobre animales. El búfalo y el toro no se mostraban propicios; y á no haber sido por el aro del hocico que nos servia para guiarlos, excusados hubieran sido nuestros esfuerzos para ponerles semejantes atavíos. Sin embargo, para mayor comodidad, preferí el modo de uncir de los italianos, que ponen el yugo en el cuello en vez de fijarlo en el testuz como se acostumbra en Alemania y España, y encontré que era lo mejor.

Estas no interrumpidas faenas me ocuparon muchos dias, pues me propuse acabar de una vez esa clase de tarea. En tanto nos visitó, como en el año anterior, un banco de arenques, el cual nos proporcionó buena provision de ese pescado al que ya se le tomara el gusto.

A los arenques siguieron las ligas ó perros de mar, de cuyas pieles y vejigas necesitábamos continuamente, ya para arreos de los animales como para otros mil usos; y así no se desperdició su pesca, cogiéndose hasta veinte y cuatro de diferentes tamaños que nos proveyeron de pieles y sebo.

Deseaban los niños con afan hacer un reconocimiento en el interior del país. Yo tambien abundaba en el mismo deseo; pero ántes pensé en otra obra que meditaba, y cuya necesidad se iba haciendo cada vez más imperiosa. Era la fabricacion de cestos y canastos de todas dimensiones, indispensables á nuestra ama de gobierno para recoger los granos, frutos y raíces, y acarrearlos á casa. Al efecto nos proveímos de mimbres á orillas del Arroyo del chacal, para no emplear en los primeros cestos los juncos, que tan caros hubieron de costar al pobre Santiago; hicímos bien, porque luego se vió que para nada servian. Nuestros primeros ensayos fueron bastante medianos, y no lográmos fabricar sino unos cuévanos imperfectos, que sólo podrian servir para transportar patatas ó cosas por el estilo; pero poco á poco nos fuímos perfeccionando y salieron cestos y canastos con sus