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CAPÍTULO XXXVII.

dome á que le siguiese, y por darle gusto fuímos todos á reconocer el decantado fósil, que como ya me lo imaginara, era el esqueleto de la ballena perfectamente escamondado por las aves de rapiña, en términos de no quedarle ni el más pequeño residuo de carne ó piel sobre los huesos, y para convencerle le hice ver tas huellas de nuestros piés y algunas barbas del mónstruo que habian quedado por recoger.

—Pero ¿quién te ha metido en el caletre la extraña idea del mammuth?

—¡Ah! ya caigo, me respondió el chico; esta es una jugarreta del señor profesor Ernesto, quien me ha encajado esa bola para reirse de mí.

—¡Muy bien! exclamé, ¿con que tú caminas tan de ligero, que sin reflexionar ni pararte en nada, crees todo cuanto te dicen sin discernir si es chanza ó no? Por cierto, te hace poco favor.

—Pero, papá, podia yo muy bien creer, al verlo tan pelado, que las olas del mar eran las que habian arrojado á la playa este esqueleto.

—Precisamente en esto muestras tu tontería, y poca dósis de buen sentido se necesita para comprenderlo; es imposible que en un dia escaso se llevase el mar el esqueleto de la ballena, colocando en su lugar un mammuth.

—Verdad es, no caí en eso; y merezco por necio que se rian de mí.

—En castigo vas á decirme lo que sabes acerca de ese fósil.

—Segun dicen, respondió, es un cuadrúpedo monstruoso, cuya osamenta petrificada se encontró por primera vez en la Siberia, ó no sé qué otra region del Norte.

—Muy bien, señor naturalista; no te suponia tan sabio. Sin duda el maestro Ernesto, ántes de encajarte la píldora, al ménos se cuidó de darte una buena leccion.

Añadí otras noticias sobre la existencia problemática de este animal que, segun todas las apariencias, debe ser una variedad perdida de la especie de los elefantes. Pero la credulidad de Santiago le valió no pocas bromas por parte de sus hermanos, que sirvieron para hacerle más cauto y no mamarse tanto el dedo en adelante.

—¡Bravo! ¡bravo! decia Ernesto. ¡Vaya con tus tragaderas! Te has imaginado que el esqueleto disecado ayer era el de un animal antediluviano.

—¡Qué gracia! le respondió su hermano; yo no soy un sabio como tú, ni me he dedicado tanto á los libros; y así creia que los pescados sólo tenian espinas y no huesos como los cuadrúpedos.

—Verdad es, añadí, que no eres sabio, y dificilmente llegarás á serlo si no modificas algo tu carácter ligero y aturdido; y así debieras saber que la ballena, lo mismo que los demás cetáceos de su especie, tienen osamenta. Las aves, los hombres y todos los seres vivientes la tienen igualmente, si bien algun tanto modificada en su estructura y composicion, segun sus diferentes funciones. Los huesos de los peces están formados de una materia oleosa más ligera que el