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EL ROBINSON SUIZO.

fundió más temor que curiosidad, alegrándonos de haber evitado su encuentro [1].

Al pisar tierra, mi primer cuidado fue plantar en seguida los arbustos que habíamos traido de Prospecthill; pero los ayudantes con quien contaba para la operacion, creyéndola sin duda de poca importancia para ellos, en un abrir y cerrar de ojos me dejaron solo con mis árboles, para ir á buscar conchas. Mi buena esposa suplió su falta, y ambos emprendímos la faena. Apénas comenzáramos á remover la tierra, cuando vímos venir á Santiago asustado y sin aliento, diciendo á voces:

—¡Papá! ¡mamá! ¡vengan VV. pronto! acabo de descubrir un prodigio ¡un esqueleto de un mammuth! ¡un fósil! ¿no es verdad?

No pude prescindir de reirme al oirle esa expresion, y le dije que su pretendido mammuth sería el esqueleto de la ballena.

—¡Qué ballena, ni qué ocho cuartos! replicó, no son espinas de pescado, sino huesos, huesos, y grandísímos, que deben ser de cuadrúpedo.

Tantas eran sus instancias que al fin me determiné á seguirle; pero estaba de Dios que todo habian de ser incidentes para detenerme. Miéntras el niño me tiraba del brazo para que llegase más pronto, Federico me hacia señas para que me acercase donde él estaba. Creyendo su llamada más positiva é importante que la de Santiago, me fuí hácia él, y encontréle á vueltas con una monstruosa tortuga que tenia asida de una pata, y á pesar de todos sus esfuerzos, en vez de sujetarla, el crustáceo le iba arrastrando hácia el mar. Llegué á tiempo, y con uno de los bicheros de la canoa, cuyo extremo introdujímos por debajo en forma de palanca, entre los dos lográmos volcarla patas arriba, quedando con su propio peso al caer medio enterrada en la arena. Prodigioso era su tamaño, no bajando su peso de ochocientas libras, y de ocho piés la longitud, con proporcionada anchura. Allí quedó por de pronto sin temor de que se escapase, dejando para luego ocuparnos de tan importante presa.

Santiago, sin distraerle este suceso de su tema del mammuth, seguia instán-

  1. Los mónstruos que aquí se citan, aunqne no dice el autor cuáles sean, ó la clase á que pertenecen, es probable que se refieran á la de cetáceos, cuya primera familia son los llamados herbívoros, que á veces salen á las orillas de los ríos ó islotes á pastar. La costumbre de sacar fuera del agua con frecuencia la parte superior del cuerpo, las ubres situadas en la region del pecho, y la soltura con que cogen sus hijuelos para amamantarlos, son otras tantas causas de analogía remota con la especie humana, y de ella tal vez procedieron en otro tiempo las fábulas de los tritones, nereidas y sirenas. Forman en cierta manera el eslabon entre los anfibios y cetáceos comunes, y constituyen un órden aparte al que modernamente se ha dado el nombre de Sirenios. En la familia segunda de los cetáceos, entran los así propiamente dichos, ó sopladores, como son los delfines, marsoplas y otros. Tambien puede referirse el autor, al citar estos mónstruos, á las focas y morsas, de las que hay varias empecies, que los marinos vulgarmente han caracterizado con los nombres de vaca marina, leon, caballo, elefante, oso marino, etc., por la semejanza que han pretendido encontrar con dichos animales terrestres. (Nota del Trad.)