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EL ROBINSON SUIZO.

ciéles que ántes deseaba cumplir la promesa que les hiciera de construir una máquina que les aliviase la tarea del remo, de la que tanto se lamentaban.

—¡Ah! exclamó Santiago ¡qué gusto! la piragua surcará sola el agua.

—¡Cómo surcará sola! respondí, eso ya es demasiado. Lo más que puedo alcanzar, si me sale bien el proyecto, será ahorrar un poco de molestia, y que el barco camine más aprisa.

En seguida puse manos á la obra, sin más recursos que una rueda de asador y un eje dentado en que aquella engranaba. Con semejantes elementos no pude construir ninguna obra maestra, si bien resultó una máquina sencilla que funcionaba en el sentido que deseaba y me hacia falta. Un manubrio fijo á la rueda la daba movimiento: dos largas paletas de ballena, puestas en cruz y fijadas á cada extremidad del eje, hacian las veces de ruedas de vapor. Al dar vueltas al manubrio las aletas se sumergian en el agua, y sirviendo esta de punto de apoyo impulsaban la piragua, cuya velocidad estaba en razon directa á la del manubrio.

Es imposible describir el júbilo y trasportes de alegría de los niños y lo que saltaron y brincaron cuando Federico y yo ensayámos la máquina en la Bahía del salvamento. Apénas volvímos á tierra, todos entraron en la canoa, y sin querer abandonarla se empeñaban en hacer una excursion al islote de la ballena. Por el pronto me opuse por estar el dia bastante adelantado; pero les ofrecí que al siguiente se ensayaria solemnemente la máquina, yendo por agua á la granja de Prospecthill á ver el estado en que se encontraba la colonia de animales europeos y trasladar algunos al islote.

Al rayar el alba todos estábamos listos. Mi esposa quiso tambien acompañarnos. Se dispuso lo necesario sin olvidar las vituallas, entre las que como plato escogido iba, envuelto en hojas frescas, un trozo de lengua de ballena, cuyo condimento nos recomendara el doctor Ernesto como manjar especial y delicado.

Embarcados en, la boca del Arroyo del chacal, su corriente nos llevó rápidamente al mar, dando en breve vista á la Isla del tiburon y al banco de arena donde aun estaba el esqueleto de la ballena. La brisa era favorable, y todo prometia un viaje feliz, pues la máquina funcionó tan bien, que en poco tiempo nos encontrámos á la altura de Prospecthill, el cual distaria cosa de trescientos pasos de la costa, divisando á lo léjos nuestro palacio de Falkenhorst y el vergel de frutales que se alzaban á la otra parte, cerrando el horizonte de tan vistoso panorama una faja de rocas que, confundidas con las nubes, iba descendiendo en forma de macetas colmadas de flores y hojas. Costeámos el islote, cuya vegetacion frondosa contrastaba con la monótona uniformidad del terrible y majestuoso Océano. Era imposible, al ver ese espectáculo, dejar de elevar el corazón a Sér supremo, tributándole un homenaje de amor y reconocimiento.

Al pasar por frente del Bosque de los monos orcé á la derecha, abordando