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CAPÍTULO XXXVII.


Aceite de ballena.—Visita á la granja.—Tortuga mónstruo.


Apénas despuntó el siguiente ya estábamos en pié. Al punto se colocaron en el trineo los cuatro barriles de grasa, y por medio de la presion que se obtuvo con piedras grandes y palancas, fué saliendo la parte más pura y refinada del aceite, que se envasó en pellejos debidamente secados al sol. El de inferior calidad se echó en una caldera, y á fuego lento se fué derritiendo y convirtiendo en líquido. Por medio de un cazo de hierro destinado á un ingenio de azúcar, se trasladó este aceite de segunda clase á otros barriles y pellejos. Para esta operacion, de suyo repugnante, nos alejámos de Felsenheim á fin de que el mal olor de la grasa derretida no infestase nuestro albergue.

Cuando me pareció haberlo apurado, arrojóse el sebo sobrante al Arroyo del chacal, sirviendo de regalado pasto á los patos y gansos. El mismo destino tuvieron las aves de mar despues de aprovechar su pluma, pues su carne era demasiado enjuta y desabrida.

Miéntras nos ocupábamos en guardar el aceite hízome mi esposa una proposicion muy razonable, la de fundar otra colonia en el islote de la ballena. A la verdad, aquella reducida lengua de tierra era tan fértil y frondosa que hubiera sido lástima no aprovecharla.

—Si quieres creerme, añadió, podrémos crear allí otro establecimiento para las aves, pues las pobres gallinas estarán al abrigo de los monos, chacales y otros infinitos enemigos que tienen. Respecto á las de mar, pronto nos cederán el campo ahuyentándolas de una vez.

Este proyecto agradó sobremanera á los niños, que ya deseaban ponerse en marcha para comenzar la obra; pero contuve su ardor aplazándolo para cuando las olas y aves de rapiña nos hubieran desembarazado de los despojos de la ballena, que por necesidad todavía infectarian el ambiente. Para consolarlos, anun-