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CAPÍTULO XXXVI.

instrumento que produce los más bellos sonidos, á cuya cadencia baila la delicada doncella, hasta el globo aerostático, por cuyo medio se eleva el hombre á la region de las nubes. Ernesto, que era tan buen físico como naturalista, aprovechó esta coyuntura para explicar á sus hermanos el fenómeno de la ascension aerostática.

—Los globos de los aeronautas, les dijo, se elevan y sostienen en el aire por la única razon de ser más ligeros que el volúmen atmosférico que ocupan.

—¿Y por qué lo son? le pregunté.

—Porque el igual volúmen del aire que contienen tiene ménos peso que el que les rodea por de fuera, fenómeno idéntico al de las burbujas de aire comun que flotan en la superficie del agua sin sumergirse, porque el aire es más ligero que el agua.

—¿Y cómo se obtiene esa menor pesantez para los globos?

—Por medio del calor que, dilatando las moléculas atmosféricas, las reduce á menor cantidad en igual espacio, lo que se consigue por medio del gas hidrógeno.

—Papá, añadió Santiago, ¿no podria V. hacerme un globito con un pedazo de esas tripas tan gruesas? ¡Cuánto mejor que caminar por tierra sería viajar montado en un pellejo henchido de gas, y atravesar rios y bosques volando por el espacio como el doctor Fausto montado sobre su capa [1]!

—Sólo hay un corto inconveniente, respondí al aeronauta, y es que una vez sentado en el caballo aéreo, aun cuando lo hinchases de gas hidrógeno, léjos de elevarte en el espacio, se quedaria inmóvil bajo tu cuerpo, atendido que tu peso, aunque no sea más que de sesenta libras, necesitaria la cantidad de aire correspondiente á un globo de ochenta piés de diámetro. Además, añadí, no te ilusiones por los viajes aéreos, porque la ciencia aereostática será siempre para el hombre un triste recurso, miéntras no encuentre un punto de apoyo á fin de dirigirse por el aire, problema que no se ha resuelto todavía.

Departiendo así llegámos á la playa, donde mi esposa nos aguardaba impaciente.

—¡Gran Dios! exclamó al vernos. ¿Y cómo os habeis atrevido á presentaros en semejante estado? ¡Qué hedor tan insoportable! ¡Lleváos todo eso á cien leguas de aquí!

En parte tenia razon. A nosotros mismos nos daba asco mirarnos. Además, el lavado y reparacion de nuestros vestidos era un recargo más sobre sus faenas ordinarias, que no eran pocas, y no extrañé el mal recibimiento que nos dispensó.

—Cálmate, mujer, cálmate, la respondí; á buen bocado, buen grito; y no se

  1. El Fausto que aquí se menciona es el personaje fantástico y protagonista del célebre poema de Goethe que lleva ese mismo nombre, y que tan popular se ha hecho en Alemania. (Nota del Trad.)