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CAPÍTULO XXXVI.

llaman vulgarmente ballenas, de las que se hace objeto de comercio, y que por su flexibilidad sirven para dar forma al traje femenino, paraguas y otros mil usos. Estos apéndices debian ser para nosotros otra nueva riqueza, y me propuse no desperdiciarlos. La lengua por sí sola pesaria como unas mil libras. Quedó admirado Federico de la desproporcion que existia entre la anchurosa boca del cetáceo y su gaznate, que tendria á lo más el diámetro de su brazo, diciendo:

—Si este animal es voraz, como debe serlo, trabajo le mando para mantenerse, pues bien poco será lo que pueda tragar de una vez.

—Tienes razon, le respondí; y así no se alimenta sino de pescadillos, de los que consume multitudes, prefiriendo á todos una especie que se encuentra en los mares del polo. Anegado en el mismo mar, absorbe al mismo tiempo que los peces gran provision de líquido, y quedando aquellos en su estómago, arroja luego el agua por dos conductos que tiene encima de la nariz. Pero basta de conversacion, añadí, dejemos para otro dia las disertaciones, y manos á la obra, que es preciso no desperdiciar el tiempo, si se desea sacar partido de este leviatan ántes que anochezca.

Federico y Santiago se subieron por la cola, y tomando por su cuenta la cabeza de la ballena, con el hacha y la sierra comenzaron á cortar las barbas que yo iba recogiendo, las cuales no bajarian de seiscientas; pero sólo se eligieron unas ciento veinte de las mejores. Entre tanto Ernesto y yo la emprendímos con el cuerpo, arrancando á tiras la piel de los costados con la grasa que tenia adherida, lo que no dejó de costarnos, pues tuvímos que hacer cortes de tres ó cuatro piés de profundidad.

Poblaron en breve los aires pájaros de todas especies, ladrones alados que intentaban asociarse á nuestros trabajos; al principio contentáronse con revolotear á nuestro al rededor; pero cuando fueron más en número, se aproximaron con tanto atrevimiento, que hasta llegaron á arrancarnos de las manos los pedazos, posándose á veces bajo las mismas hachas. Sin embargo de que estas aves nos interesaban poco, á instancias de mi esposa, que como buena ama de gobierno todo lo deseaba, matámos varias para aprovechar la pluma, así como yo destiné las tiras de piel del cetáceo para hacer arneses al asno y á los dos búfalos. De buena gana hubiera aprovechado tambien parte de los intestinos y tendones de la cola si el dia no hubiese ido de capa caida, siendo preciso pensar en la vuelta sin quedarme más tiempo que para cortar un gran trozo de la lengua, que además de estar reputada como buen manjar, presta mucho y buen aceite. Todo se envasó cuidadosamente en las tinas, que despues ocuparon su lugar en la piragua.

Una vez cargada esta, nos embarcámos, dirigiendo el rumbo hácia la costa y sufriendo en la travesía el mal olor que exhalaba el cargamento. Llegados á la playa, alijámos la nave, y entre el asno, la vaca, el búfalo y el onagro, se trasladó la carga á la habitacion.