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CAPÍTULO XXXVI.


Destazado de la ballena.


Terminada la comida, cuya hora tuve cuidado de adelantar empleando en ella ménos tiempo que de costumbre, nos preparámos á tornar á la isla; pero ántes me eché á buscar barriles para conservar la grasa de la ballena que íbamos á recoger, no queriendo destinar á ese uso los vacíos que habia de reserva en Falkenhorst y en Felsenheim, por constarme el olor infecto que siempre conservarian, lo cual era equivalente á perderlos. Sin embargo, como aquella grasa me era indispensable para dar pábulo á los faroles que alumbraban la habitacion, recordóme mi esposa que aun quedaban sin destino cuatro tinas de las que habian servido para nuestra primitiva almadía, las cuales podian llenar el objeto. Me pareció bien la idea: se limpiaron, y despues de proveernos de cuchillos, hachas, sierras y demás instrumentos cortantes y contundentes que pudiéramos necesitar, levámos ancla dirigiéndonos al islote donde habia embarrancado la ballena. La mar se encontraba tranquila, y no obstante el natural peso de la embarcacion que iba cargada hasta los topes, pudímos abordar muy pronto al costado de la ballena.

Mi primer cuidado fue poner á buen recaudo la canoa y las tinas por si el mar se alborotaba. Mi esposa quedó asombrada al ver aquel mónstruo marino, y Franz se asustó tanto que estuvo á punto de llorar. Parecíase la ballena exactamente á las de Groenlandia; la espalda era de color verdinegro, el vientre azulado, las aletas y cola negras. Midiéndole á ojo de buen cubero, vine á sacar que tendria sobre unos setenta piés de longitud por treinta y cinco en su mayor anchura, y que pesaria cosa de sesenta mil libras. Sin embargo, no podia considerarse sino como un ballenato que aun no tenia la mitad del tamaño de los de su especie. Su enorme cabeza no guardaba proporcion con los ojos, que eran pequeñitos y parecidos á los del buey; pero lo más asombroso eran las quijadas, que no bajarian de doce piés de extension, pobladas de barbas que en Europa