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EL ROBINSON SUIZO.

Los niños me siguieron, si bien noté que Ernesto estaba algo rehacio en imitar su ejemplo. Preguntéle la causa, y confesóme francamente que hubiera deseado, si yo se lo permitia, quedarse solo en el islote donde viviria como otro Robinson. Esta idea tan rara é inesperada del filósofo nos hizo sonreir á todos, y como conocí que hablaba formalmente, y que aquello podria ser principio de una monomanía, procuré desvanecerla de la imaginacion viva y algo romántica de mi hijo.

—¡Pobre loco! le dije. ¡No sabes que la vida de Robinson sólo es buena en el libro y espantosa en la realidad! No vivirias largo tiempo en tu soledad sin arrepentirte de tu soñado propósito; el fastidio, el trabajo, la molestia, la enfermedad te cercarian bien pronto, y el dia ménos pensado se encontraria al ermitaño muerto en la costa, como la ballena que acabamos de ver. Por el contrario, da gracias al Señor porque no te separó de nosotros en el naufragio. Dios ha criado al hombre para vivir en sociedad con sus semejantes, puesto que necesita de ellos y de su asistencia, desde que nace hasta que exhala el último suspiro. Somos seis en la isla, y sin embargo ¡qué trabajo tan inmenso nos ha costado y aun nos cuesta procurárnos lo más indispensable para conservar la existencia y un reducido bienestar! ¡Qué hubiera sido de tí, si desgraciadamente hubieras quedado solo, y qué hubieran podido hacer tus débiles brazos contra obstáculos que todos los nuestros juntos apénas han conseguido superar!

El nuevo Robinson se convenció con mis razones, y llegámos á la ensenada donde quedara amarrado el esquife. Entrámos en él, y mis pequeños remeros, que á la sazón encontraron en las olas grande oposicion, se lamentaron del pesado oficio á que estaban condenados.

—Bien pudiera V., papá, arbitrar un medio que facilitara tan penosa faena.

—Os imaginais, les respondí, que soy algun omnipotente que todo lo remedia; sin embargo, si me proporcionais una rueda de hierro de un pié de diámetro, haré un ensayo para aliviárosla.

—Si no es más que eso, anadió Federico, al instante, no una, sino dos hay en el depósito de hierro que creo pertenecieron á un asador, si mamá no ha echado mano de ellas.

Sin comprometer mi palabra, por si acaso no salia con la mia, les dí alguna esperanza, alentándoles á que redoblasen sus esfuerzos, hasta que la piragua aprendiese á deslizarse sola por ellas.

Sin hablar más de esto, tomó la conversacion otro giro, y Santiago me preguntó á qué reino pertenecia el coral, y á qué uso se le destinaba.

—El coral, respondí, se forma de nidos ó celdillas de pequeños pólipos que viven agrupados en numerosas familias. Aglomeradas unas á otras van formando capas que con el tiempo se parecen á las ramas de un árbol, admirando ver cómo la naturaleza con pequeñísimas causas produce grandes efectos, pues el trabajo continuado de estos diminutos insectos al cabo de años ha dado por