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CAPÍTULO XXXV.

mo veis, de traer hasta aquí una masa tan grandísima como la que tenemos delante.

—Y tan grande como es, añadió Federico; no concibo cómo os entretienen semejantes bagatelas y no habeis acudido á contemplar á esa reina de los mares.

—Tiempo queda de sobras, respondió Ernesto riéndose, pues de seguro nadie se la ha de llevar, ni se necesita microscopio para examinarla; poco me interesa ese monstruoso cetáceo, y de seguro no le cambio por estas lindísimas conchas. ¡Mire V., papá! prosiguió mostrándomelas, ¡qué formas tan extrañas! ¡qué colores tan brillantes y variados!

Este diverso modo de apreciar las cosas ocasionó una disputa científico-burlesca entre Ernesto y su hermano sobre la belleza absoluta. Cada uno defendia su causa tan bien como supo; pero Federico no se encontraba en el caso de poder luchar con su hermano en una discusion de esta clase. En las palabras de su adversario, llenas de fogosa admiracion por las maravillas de la naturaleza, notábase ya aquel discernimiento profundo, aquel amor y predileccion del sabio que, con un microscopio en la mano, para verificar un análisis ó descubrir una verdad pasa dias y dias un hallar una fibra ó determinar un anillo en el diminutísimo cuerpo de un insecto.

Despues de dejarles hablar un rato, terminé la discusion dejando acordes á ambos contendientes, persuadiéndoles de que todo era igualmente bello y admirable en la inmensa obra de la creacion, desde el arador [1], imperceptible á la más perspicaz vista, hasta la ballena y el elefante, cuyas formas toscas, pesadas y sin gracia en nada pueden compararse á la delicada organizacion que admiramos en el mosquito ó el insecto. Cada cosa es bella en sí misma, proseguí, puesto que ocupa el lugar que el supremo Criador la ha asignado, teniendo además en cuenta que infinitos objetos que excitan la admiracion y aparecen como de gran valor á los ojos y consideracion del sabio, deben sólo á su rareza el mérito y preferencia que gozan. Esas conchas, esos corales, por ejemplo, que en Europa serian uno de los mejores adornos de un museo, nadie repararia en ellos si fuesen tan abundantes y se encontrasen á cada paso como los guijarros del Arroyo del chacal que huellan vuestros piés con desprecio; sin embargo, bueno es conservarlos porque servirán tambien para formar nuestras colecciones y promover su estudio. Reembarquémonos ahora, que á la tarde, cuando el flujo nos ayude á aproximarnos al islote, volverémos provistos de lo necesario para utilizar la pesca que el Océano, ó mejor dicho la Providencia, nos ha deparado en esta playa.

  1. En la escala de los seres animales el arador se toma generalmente como punto de comparacion cuando se quiere marcar el último grado ó punto mas mínimo de la existencia. Es un insecto que se insinua algunas veces bajo la epidermis del hombre, principalmente en las manos. En el siglo X ya era conocido por Avenzoar como causa de la enfermedad llamada sarna, y su nombre de arador le viene porque ara, socava y ahonda en la carne. (Nota del Trad.)