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EL ROBINSON SUIZO.

compararse con la del águila ó del lince, subió á la cumbre más alta, desde la que divisó en el islote de la Bahía de los flamencos un punto negro inmóvil, cuya forma y naturaleza no pudo precisar, figurándose al pronto que sería un barco encallado. Ernesto, que subió despues, lo creyó un leon marino, de la clase descrita por el almirante Auson en sus viajes. Curioso yo tambien, determiné lo más acertado para salir de dudas: dirigimos al sitio donde se encontraba lo que nos tenia perplejos. En efecto, nos encaminámos á la playa, vacióse el agua que inundaba la chalupa, y lastrada de nuevo y aparejada con lo necesario, nos embarcámos en ella todos, excepto Franz y mi esposa, cuyo humor aventurero no estaba al nivel del nuestro para emprender viajatas.

A medida que avanzábamos, los cálculos y conjeturas se sucedian rápidamente. Cuando nuestros ojos pudieron descubrir y reconocer claramente el objeto que tanto nos llamaba la atencion, juzgad de nuestra sorpresa al ver una disforme ballena varada en la playa que se nos presentaba de costado.

Dudoso aun sobre si el mónstruo estaria muerto ó simplemente dormido, creí prudente aproximarnos con precaucion, poniendo ante todo á cubierto la frágil navecilla de cualquier movimiento que pudiera hacer el animal, y así virámos á la izquierda, costeando el islote y abordándole al opuesto lado. El islote era un banco de arena muy poco elevado sobre el nivel del mar, pero cuya vegetacion era de una fuerza y riqueza extraordinarias, si bien no se encontraban árboles, quizá porque los vientos del mar se opondrian á ello. En su mayor anchura contaria medio cuarto de legua, que á poca costa pudiera duplicarse á expensas del mar. Estaba cubierto de pájaros marinos de diferentes especies, cuyos nidos encontrábamos á cada paso, recogiendo los niños abundantes huevos para no volver, como decian, con las manos vacías sin llevar nada á su madre.

Dos eran los caminos que podíamos elegir para acercarnos á donde se encontraba la ballena: uno indirecto, pero cortado á cada paso por escabrosidades que le hacian casi intransitable; otro, costeando la playa, y aunque más largo, era llano y ameno. Sin embargo, elegí el primero, dejando á los niños que siguieran el segundo con el fin de reconocer el interior de la isla, á la que no faltaban sino árboles para ser un punto delicioso. Cuando estuve en lo más elevado de ella mi vista abrazó la costa entera desde Zeltheim hasta Falkenhorst, espectáculo que me hizo olvidar la ballena, y al llegar donde estaban los niños, encontrélos muy divertidos con las conchas y corales que recogieran por el camino, de los que habian llenado sus sombreros y pañuelos.

—¡Ah! ¡papá! exclamaron al verme, ¡mire V. qué coleccion tan hermosa hemos hecho de conchas y corales! ¿Quién los habrá traido aquí?

—¿Quién ha de ser? respondí, la fuerza de las olas que, elevando las aguas y estrellándolas contra las rocas, los ha arrancado de su puesto habitual; y extraño mucho que desconozcais así el poder de este elemento cuando ha sido capaz, co-