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CAPÍTULO XXXV.


Primera salida despues de las lluvias.—La ballena.—El coral.


En medio de tantas y tan variadas ocupaciones que se sucedian sin interrupcion, el tiempo corria dulcemente. Dos meses habia que duraban las lluvias, y todavía no habia tenido tiempo de hacer el yugo para la yunta de búfalos, ni otro par de cardas finas que mi esposa reclamaba casi diariamente para la preparacion del algodon.

Los últimos dias del mes de agosto se despidieron con huracanes espantosos que llegaron á atemorizarnos. Agua, viento, truenos y relámpagos se juntaron formando un conjunto aterrador; el Océano se conmovió hasta en sus más profundos abismos, rompió sus límites, inundando la costa de una manera pavorosa, y hasta me pareció haber experimentado algun temblor de tierra en la cueva salina. ¡Cuántas gracias dímos en aquella ocasion al Señor por habernos proporcionado casi milagrosamente la sólida y abrigada habitacion de Felsenheim! ¡Qué hubiera sido de nosotros en la morada aérea de Falkenhorst! ¡y cómo hubiera esta podido resistir al desencadenado furor de los elementos!

Por fin, el cielo se fué poco á poco serenando; las nubes se disiparon, cesó la lluvia y apaciguóse el viento, y creímos poder aventurarnos á salir de la cueva para ver siquiera si el mundo estaba tal como lo habíamos dejado.

Lo primero que á nuestros ojos se ofreció fueron las recientes huellas de la devastacion consiguiente á tan general trastorno de la naturaleza, la cual se esforzaba en renacer brillante y espléndida de entre sus ruinas. Recorrímos alegremente la cadena de rocas que se extendia á lo largo de la costa, y como nos encontrábamos ávidos de libertad y esparcimiento, complacíamonos en escalar hasta los picos más elevados para tender la vista á la llanura que se desplegaba á nuestros piés. Federico, como el más intrépido, cuya penetrante mirada podia