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CAPÍTULO XXXIV.

apariencia de órden y regularidad que me enorgullecia. Entónces fue cuando me alegré infinito de la aficion que tuve en mi mocedad á toda suerte de artes mecánicas, á la cual debia la gran ventaja de conocer los útiles que poseia para valerme de ellos con alguna destreza y con utilidad positiva, pues ninguna me era desconocida.

La cueva fué tomando un aspecto de comodidad y órden que iba haciendo cada vez más grata su forzosa permanencia en ella hasta que el sol nos devolviese la libertad. Además del taller, teníamos pieza expresa para comedor y gabinete de estudio, donde podíamos descansar, con los goces del espíritu, de la corporal fatiga que nos causaban las tareas industriales. Entre las cajas extraidas del buque encontrámos varias que contenian gran cantidad de libros, destinados unos para uso del capitan, y otros para el de los oficiales á quienes habian pertenecido. Entre ellos se contaban obras preciosas y del mayor mérito, impresas en diferentes idiomas y que trataban de toda clase de materias, en especial sobre marina, viajes y los diferentes ramos que abraza la historia natural, y algunas de ellas con magníficas láminas que daban nuevo valor á este importante tesoro, aumentando asi los recursos para salir de muchas dudas, como nos sucedió con la célebre raíz de mono que Federico y Santiago encontraron en su excursion, y que hojeando uno de los volúmenes, vieron exactamente grabada, reconociéndola al instante por el ginsen de los chinos, tal como yo la habia calificado. Poseíamos además, y de la misma procedencia, mapas y cartas geográficas, varios instrumentos de astronomía, física experimenlal y matemáticas, y una esfera terrestre de invencion inglesa que se henchia como una máquina aerostática.

Entre las obras abundaban diccionarios y gramáticas de casi todos los idiomas, lo que constituye ordinariamente el fondo de las bibliotecas pertenecientes á grandes buques. Esta rica variedad y el afan de aprovecharnos de aquellos tesoros de ciencia inspiró el deseo á los niños y hasta á mi mismo, no sólo de cultivar las lenguas que conocíamos, sino el de aprender otros idiomas que ignorábamos. Poco ó mucho todos poseíamos el frances, idioma casi tan usado como el aleman en la Suiza; Ernesto y Federico habian comenzado en Zurich los primeros rudimentos del inglés, y como yo lo sabía regularmente, encontréme en estado de dirigir y acrecentar aquellos primeros conocimientos, tanto más necesarios, cuanto que el inglés es hoy dia el idioma general en los mares, y rara sería la embarcacion donde no se hallase entre la tripulacion ó pasajeros alguno que lo entendiese. Santiago, que aun no conocia mas lengua que la suya, optó por aprender la española y la italiana, cuya pompa y melodía se avenian con su carácter enfático. En cuanto á mí, no encontré cosa mejor que el estudio del idioma malayo, pues la inspeccion atenta de las cartas marítimas y derroteros, así como la posicion y particulares circunstancias de nuestra isla, me hacian creer y persuadirme cada vez más de que los primeros hombres á quienes, si