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CAPÍTULO XXXIV.

y sus furiosas y encrespadas olas que parecian elevarse al cielo, amenazaban tragarse en sus profundos abismos cuanto se les oponia. Por espacio de veinte dias presenciámos el espectáculo más majestuoso é imponente que el hombre puede imaginar. Era un verdadero cataclismo de todos los elementos; la naturaleza entera parecia trastornada; los árboles más robustos se tronchaban con estrépito; los relámpagos y las exhalaciones eléctricas se mezclaban con el ruido del viento y de los torrentes de agua que sin cesar vomitaban las abiertas cataratas del cielo; en una palabra, era el concierto más monstruoso y sublime de las voces todas de la naturaleza, concierto inarmónico que aterraba en vez de embelesar el oído.

Al recordar los preludios del pasado invierno, ya porque la memoria no los retuviese bien, ó lo que es más cierto, porque el riesgo presente aparece siempre más terrible que el que ya ha pasado, flgurósenos que la naturaleza no habia sufrido tan violenta conmocion el año anterior. Por fin apaciguáronse un poco los vientos y se sucedió la lluvia lenta y constante que nos obligó á permanecer encerrados diez ó doce semanas en la cueva.

Los primeros momentos de nuestra reclusion fueron tristes; pero como la necesidad y extension del sufrimiento nos eran ya conocidos, acudió en nuestro auxilio la resignacion, y para matar el fastidio nos ocupámos en las disposiciones de nuestra morada subterránea.

No nos habíamos quedado en la cueva más que con la vaca por la leche, con la burra que estaba criando, y con el becerro, el búfalo y el onagro, destinados á servirnos en las excursiones á que nos obligase la necesidad. El reducido establo no nos permitió encerrar las ovejas y cabras. Estas, así como los cerdos, se quedaron en Falkenhorst con abundante pienso, lo cual no obstaba para que cualquiera de los niños, arrostrando la lluvia y el viento, tuviese precision de visitar casi diariamente á los pobres animales para darles algunos puñados de sal y ver si carecian de algo. Excuso añadir que los perros, el chacal, el mono y el águila estaban con nosotros, y su compañía, no sólo no nos causaba molestia, sino que en parte nos distraia durante las muchas y largas horas de los interminables dias que tuvímos que pasar encerrados.

En la absoluta imposibilidad en que estábamos de hacer nada al raso, se terminaron varios trabajos que no habian sido previstos, los cuales ahora se encontraban de primera necesidad. Estando ya en el caso de tomar definitiva posesion, faltaba mucho que hacer para que la morada salina correspondiese á nuestras necesidades y exigencias, que como era natural, habian de ir siempre en aumento.

Lo primero que se hizo fue nivelar el piso de la cueva para no tropezar á cada paso. La fuente se trasladó á la cocina, donde llenaba su objeto; se labraron bancos y mesas: en una palabra, se procuró que no faltasen las comodidades más indispensables para hacer llevadera la larga permanencia en la cueva. Todavía faltaba remediar un inconveniente, la falta de luz. Cuatro eran