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CAPÍTULO XXXIII.

—Es un capricho, le respondí riéndome; quizá saldrá de aquí un instrumento de música parecido al que los hotentotes llaman gom-gom. Déjame el gusto de acabarlo, y me darás las gracias cuando seas la primera que bailes á su són.

—¡Yo bailar! para bailes estamos. ¡Vaya una ocurrencia! ¡como si no hubiera otra cosa que hacer! ¡Justamente en eso estaba pensando!

—Si realmente, papá, dijo Ernesto, pretende V. hacer un gom-gom, son inútiles, porque tal instrumento consta sólo de cuerdas tirantes y fijas á una media calabaza y se toca con el cañon de una pluma.

—¡Gracioso estará el instrumento! añadió Santiago, ¡buena música para despedir perros y gatos!

Mi esposa, á quien no la entraba lo del gom-gom, volvia de nuevo á la carga, y á riesgo de que acertase lo que era, le dije que tuviera paciencia y me dejase acabar el instrumento, porque nadie más que ella me lo habria de agradecer, y á su cadencia moveria piés y manos acompasadamente.

Se calló por fin, y no se habló más del asunto.

En aquella sazón el onagro (que era hembra) nos dió una cria, que fue recibida con el mayor alborozo, pues contábamos con otra acémila tanto para carga como para cabalgar. Se le puso el nombre significativo de Rosch, que quiere decir rápido; porque le destinaba á la equitacion, y con el tiempo ví con placer que sus bellas formas, al desarrollarse, correspondian al intento.

La aproximacion de las lluvias y el recuerdo de lo mucho que nos costó el año anterior recoger diariamente al ganado que soltábamos para que paciera, sugiriéronme un medio para hacer mas llevadero ese servicio, acostumbrándolo á volver al establo con el sonido de un cuerno marino, á cuyo efecto le adapté una boquilla de madera como la de un clarinete. Los primeros ensayos acompañáronse con un abundante pienso revuelto con sal, que aseguró el buen éxito de la invencion. Los puercos fueron los que se mostraron más renitentes y deseosos de libertad; pero al fin hicieron lo que los demás.

Entre las mejoras que proporcionaron mayores comodidades á nuestra habitacion de invierno, faltaba otra indispensable, la de un depósito destinado al agua potable que á menudo debíamos ir á buscar al Arroyo del chacal, y si bien la distancia era corta en tiempos normales, se hacia larga y pesada en la estacion de las lluvias, y así traté de remediar este inconveniente ántes que llegase el invierno. Al efecto dispuse una cañería que condujese el agua desde el arroyo hasta la misma cueva, vertiéndola en una taza como ya se habia practicado en Falkenhorst. Cañas de bambú encajadas unas en otras, y apoyadas provisionalmente en horquillas, sirvieron de tubos conductores, y un tonel vacío hizo las veces de pilón, proponiéndome cuando hubiera ocasion dar á la obra la perfeccion y solidez de que por de pronto carecia. Sin embargo, tal como era, llenaba el objeto, y mi buena esposa la agradeció más que otra monumental hecha de mármol y adornada de caballos marinos, delfines y nereidas.