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EL ROBINSON SUIZO.

pañera. Fueron recibidos con tanta alegría y algazara, que tuvo que moderar un poco sus demostraciones, temiendo espantar á los recien llegados.

La familia menuda calló por un momento, y la pareja entró en el palomar con iguales ceremonias que la anterior.

—Y ahora, ¿qué dice el señor sabio? pregunté á Ernesto; ¿vino ó no vino el otro par?

—No sé cómo explicarlo, respondió, aquí hay algo de extraordinario; pero cosa de mágia... ¡qué disparate! Nunca he creido en eso.

—Veo con satisfaccion que no eres crédulo, añadí, pero si hoy mismo te encontrases aquí con otro par de palomas de las Molucas, ¿qué dirás de mi ciencia?

Callóse, sí bien su silencio indicaba incredulidad.

Volvímos á nuestras tareas, dejando á Franz con su madre encargados de aderezar la comida. No habrian pasado dos horas cuando vímos llegar á nuestro marmitoncillo, que en tono grave y solemne nos dijo:

—Muy ilustres señores, os anuncio con toda formalidad y tengo el honor de invitaros de parte de nuestra buena madre para recibir como se merece á un nuevo príncipe palomo, que acompañado de su esposa acaba de tomar posesion del magnífico palacio que se le tenia preparado.

—¡Bravo! ¡bravo! le contestámos. ¡Bien por la buena noticia!

Fuímos en seguida al palomar, y llegámos á tiempo de presenciar una escena muy curiosa. Los dos primeros pares, colocados al umbral de la puerta, arrullaban y hacian como señas de invitacion al tercero que, columpiándose en una rama inmediata y como vacilando en lo que haria, decidióse á entrar.

—Ahora ya me rindo, dijo Ernesto, mi saber no alcanza á comprender esto, y aunque estoy persuadido de que nada hay aquí sobrenatural, suplico á V., papá, me diga cómo se ha compuesto para conseguir lo que parece un prodigio.

Me divertí un rato con él, aguijoneando su curiosidad, y apurándola con una prolija disertacion sobre mágia, hechiceros y encantadores, hasta que viendo impaciente al doctorcillo, acabé por descubrirle el gran secreto del anís, único autor de aquella aparente maravilla. Santiago se rió á más no poder al saber que su planta, de que tan poco caso se hiciera al principio, era el sortilegio que nos habia entretenido dos dias.

En los que se siguieron dióse la última mano al plomar, y seguímos observando lo contentos y bien avenidos que estaban los palomos nuevos y antiguos en su bien dispuesta morada, ocupándose en disponer sus nidos. Entre las yerbas que á ese fin recogian noté una especie de musgo verdoso parecido al que se ve pegado á las seculares encinas, con la diferencia que este se extendia en largos y fuertes filamentos semejantes á las crines de un corcel. Examinado detenidamente, hallé que era esparto, planta muy común en España, con la cual se labran sogas, esteras, y sirve para fabricar papel. Mi esposa, á quien participé el hallazgo, lo celebró mucho, pues cuanto de una legua olia á hilo, te-