Página:El Robinson suizo (1864).pdf/232

Esta página ha sido corregida
203
CAPÍTULO XXXII.

—Dále con los espíritus, dijo Ernesto, encogiéndose de hombros; bueno soy yo para consejas...

—No juzgues tan de ligero, señor mio, le respondí: en mágia como en todo, obras son amores y no buenas razones, ¿y si sale lo que tú no crees, que dirás entónces?

No se atrevió á replicarme, y pasámos el resto de la tarde junto al palomar agradablemente entretenidos con la mágia y el espíritu que iba á acarrear las palomas. Llegó la noche, y nadie pareció. Las palomas domésticas la pasaron en el palacio, y nosotros nos fuímos á cenar y luego á la cama, esperando el nuevo dia que debia alumbrar mi derrota ó mi triunfo.

Nos levantámos al amanecer, ocupándose cada cual en lo de costumbre; mas no calmaba mi curiosidad por ver en qué pararia el asunto de las palomas. Empezaba ya á desconfiar de que regresaran las fugitivas, cuando á cosa de medio dia vímos correr á Santiago muy contento diciendo á voces:

—¡Ya está aquí! ¡ya está aquí!

—¿Quién está aquí? le pregunté.

—¡Quién ha de ser! ¡la paloma azul! respondió.

—¡Bah! exclamó el incrédulo Ernesto; soñaba el ciego que veia..... ¿No sabes este refran? Lo que es yo no me muevo para encontrar el palomar vacío.

—¿Quién sabe? respondí al sabio. ¿No predije que el camarada volveria? Pues el segundo vendrá detras.

Federico preguntó á Santiago si con el palomo habia venido también su hembra; pero este, en su aturdimiento, no se habia tomado el trabajo de repararlo. Encaminámonos presurosos al palomar, y vímos no sólo á la paloma azul, sino á otra hembra silvestre que consigo trajera, á la cual arrullaba tierna para inducirla á que penetrara en el palomar. Despues de infinitas coqueterías, al fin se decidió la dama, y ambos se instalaron en la nueva habitacion.

Los chicos querian echar la trampa para asegurar á los nuevos prisioneros, pero yo se lo impedí.

—¿Por qué habeis de cerrar? dije ¿y por dónde entrarán las dos que esperamos esta tarde, si les damos con la puerta en el pico?

Cada vez más asombrada mi esposa, no podia darse cuenta de lo que estaba viendo; Ernesto decia que era casual.

—¡Casual! repetí riéndome; eso podrá ser bueno para una vez. Pero si el otro palomo vuelve tambien con su compañera, ¿tambien será casualidad?

—Si viene, respondió, no sabré qué decir, mas no es probable que se repita en un dia igual fenómeno.

Miéntras así departíamos, Federico, que estaba siempre con sus ojos de lince fijos en el cielo, exclamó:

—¡Hélos aquí! ¡hélos aquí! ¡Ya vienen!

En efecto, á poco vinieron á posarse á nuestros píes el otro palomo y su com-