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EL ROBINSON SUIZO.

la mano describí en el airo unos círculos mágicos, y pronuncié por lo bajo palabras sin sentido á guisa de conjuro.

Cuando acabé mi algarabía, dije á Santiago que levantase la trampa, y en seguida asomaron las palomas la cabeza, posáronse luego en el alero del tejado, y á poco echaron á volar remontándose á tal altura, que mi esposa y los chicos, que no las perdian de vista, se imaginaron no volverian jamas. Pero como no tenian más objeto que descubrir terreno, satisfecho ese capricho descendieron y se posaron á la entrada del palomar.

Este incidente que no previera, valióme para mi papel de mago, y así dije con el mismo énfasis de ántes:

—Seguro estaba yo de que aunque llegasen hasta las nubes, la varita las haria volver.

—¿Pero cómo lo ha hecho V., papá? respondió Ernesto.

—¿No lo has visto? la varita mágica las ha traido al palomar.

Tal fue mi única respuesta.

—¡Mágica! añadió Santiago, ¿con que es V. encantador?

—Y tú un badulaque, respondí. ¿Acaso irás á creer que hay encantadores?

—Ya verémos si los hay, prosiguió Federico, y tales cosas podrá ver todavía el señor sabio que desmientan su ciencia.

Al terminar estas palabras, las dos parejas de palomas torcaces abandonaron á sus hermanas de Europa y tomaron la direccion de Falkenhorst, con tal rapidez, que en un instante se perdieron de vista.

—¡Buen viaje, señoritas! exclamó Santiago al verlas, quitándose el sombrero y haciendo ademan de despedirlas, ¡buen viaje, hasta más ver!

—Mi esposa y Franz comenzaron á lamentar la pérdida de aquel hermoso par, miéntras que yo fijos los ojos en las fugitivas, hice como que dirigia la palabra á algun espíritu aéreo, diciendo:

—¡Vivo, vivo, apresurad el vuelo! Pero cuidado conmigo; mañana sin falta estaréis con las compañeras ¿lo ois?

Mi pequeña familia estaba con la boca abierta, sin saber que pensar, perplejos sobre si hablaba en chanza ó formalmente.

—Por ahora, dije, dejad á las forasteras y ocupémonos de nuestras compatriotas.

Estas no parecian estar dispuestas á imitar á las fugitivas. Satisfechas con nuestra compañía y picando aquí y acullá las semillas que encontraban por el suelo, considerando el palomar como su verdadera casa, entraron en él.

—Estas al ménos, dijo Santiago, no son tan necias como las otras; de algo las servirá haber nacido en Europa: prefieren un buen abrigo al viento y á la lluvia que sufrirán las otras.

—Lo mismo volverán al palomar unas que otras, respondió Federico; el espíritu familiar con quien habló ha poco papá, las traerá de seguro.